Opinión

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Realidad o ficción

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18 de marzo de 2019, 3:00 AM
18 de marzo de 2019, 3:00 AM

No quiero creer que hay algún lugar en Bolivia donde no se puede caminar libremente ni quiero creer que gobierna el miedo en la garganta, o que de algún lugar de la selva o de las casitas de un pueblo salen miradas susceptibles que hacen que uno se sienta extranjero en su propia patria.

No quiero creer que los caminos se convierten en pistas de aterrizajes de avionetas clandestinas, ni que algunos vecinos, en complicidad de un negocio raro, que se esconde entre los matorrales, se lanzan en contra de uniformados que combaten a la droga. No quiero creer que eso es real y hasta me he esforzado en pensar que esa escena la he visto en alguna película de terror.

No quiero creer que la hoja de coca pudo más que el palmito y la piña, la banana y los pomelos y los árboles silvestres del trópico de Cochabamba. No quiero creer que el turismo está limitado a lugares reducidos por miedo a que algo malo ocurra a los visitantes que osen entrar un poquito más allá o preguntar de dónde viene aquel ruido de motor o por qué se escucha la bulla de motosierras.

No quiero creer que se hubiera construido una carretera ciega que se dirige a puertas de cultivos cuestionados ni que haya vecinos que se enojen con periodistas que intenten tomar fotografías de alguna obra en construcción que el país aún no sabe por completo.

Quiero creer que en Bolivia no hay territorios hostigados por el crimen ni lugares donde vecinos linchan a vecinos ni que la dictadura del silencio impide que la justicia haga su trabajo.

Quiero creer que a ese hotel enorme que estaba siendo construido con su mirada hacia el río y que se lo comió la selva, su inversor tuvo miedo a algo malo que no se sabe qué fue.

A este lugar lo conocí en los peores infiernos de finales del siglo pasado, cuando autoridades desalmadas combatían con bala a los cocaleros que, a su vez, utilizaban ‘cazabobos’ para defender sus vidas y sus cocales. Fue bajo aquel tinglado del pueblo, al borde de la carretera, donde velaron al primer campesino que cayó muerto por un arma reglamentaria en uno de los bloqueos que paralizaron la carretera en los peores años de la erradicación de la coca de hace tanto tiempo ya. Muchas cosas han cambiado aquí y muchas otras siguen en el mismo lugar. Algunos fantasmas ya se han ido y las cruces a los costados de un camino recuerdan que algo malo también ocurrió. El viento que baja a tropel de aquellas montañas trae el canto amable de la naturaleza y entonces siento que creer es una herramienta poderosa para que el miedo se vaya para siempre.

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