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17 de febrero de 2018, 10:00 AM
17 de febrero de 2018, 10:00 AM

La palabra democracia está en boca de todos y forma parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, no es frecuente reflexionar sobre el significado de esta expresión y, más que nada, sobre si nos referimos a la democracia como es en efecto o como quisiéramos que sea. Dicho en otros términos, si estamos hablando de la democracia real o de la democracia ideal.

A pocos como a Giovani Sartori, entre los pensadores contemporáneos, debemos tanto por su incomparable esfuerzo por esclarecer el sentido de muchas de las expresiones y de los conceptos que pueblan el universo de la ciencia y de la filosofía políticas. Entre ellos se incluyen, por supuesto, la expresión y el concepto de democracia. La primera advertencia del pensador italiano es que se refiere a la idea de democracia que, como el sistema político más deseable, se fue perfilando recién en el transcurso del siglo XIX. Para Aristóteles la democracia no era una forma de gobierno buena.

Desde entonces y por casi 2.000 años, el “régimen político óptimo se denominó república”, proveniente de la expresión res publica o ‘cosa de todos’. Los creadores de los Estados Unidos no hablaron de democracia sino de ‘república representativa’. De igual manera, los revolucionarios franceses hablaron del ‘ideal republicano’.

El concepto actual, diseñado en la doctrina y en la práctica políticas del siglo XIX, alude, como subraya Sartori, al significado de ‘liberal-democracia’. En este novísimo concepto cabe distinguir tres aspectos: 1) la democracia es un ‘principio de legitimidad’, 2) la democracia es un ‘sistema político’ destinado a resolver problemas tanto de ‘titularidad’ como de ‘ejercicio’ del poder, y 3) La democracia es ‘un ideal’.

La ‘legitimidad democrática’ -añade el intelectual italiano- postula que “el poder deriva del demos, del pueblo, y que se basa en el consenso verificado (no presunto) de los ciudadanos. En la democracia, el poder está legitimado por ‘elecciones libres y recurrentes’. En una colectividad concreta y poco numerosa, la titularidad y el ejercicio del poder pueden permanecer unidos. No así en una comunidad de centenares y hasta de millones de personas. Surge entonces el mecanismo de la representación para el ejercicio del poder. De ahí que en el mundo moderno en el que vivimos, la cuestión del autogobierno cede el paso, en muchos sentidos, a la cuestión primordial de la ‘limitación y el control del poder’ por quienes lo ejercen sin ser sus titulares, sino los meros delegados del demos.

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