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9 de noviembre de 2017, 4:00 AM
9 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Derrotar y asimilar. Así se llamó la estrategia que se usó a fines del 2009, durante la campaña electoral, cuando la Unión Juvenil Cruceñista fue asimilada por el MAS. En ese tiempo de oposición violenta y ciega al Gobierno del presidente Evo, esa especie de alianza con la fuerza de choque del comité cívico resultó escandalosa a ambos extremos del escenario político.

Vista desde la frialdad de la estrategia, era necesaria para implosionar las redes de conveniencias y las viejas relaciones al interior del cruceñismo más radical. Vista desde los movimientos sociales, cómo era posible que quienes les habían perseguido, amenazado, insultado y agredido, pudieran ahora decirse parte del proceso.

Dice que en la política hay que aprender a tragarse sapos, y los dirigentes de los movimientos sociales tuvieron que aprender temprano la lección. 

Pero a corto plazo, no solo se trató de aceptar a los matones de la derecha, que ahora competían con los militantes históricos por la mirada de los líderes. Se trató también de aceptar que una dosis de pragmatismo es necesaria para mantenerse en el poder.
Pero ¿cuánto pragmatismo? Eso quedó al criterio de cada quien, porque en los apuros de la campaña, la discusión no fue profunda ni se agotó. 
Después, ‘derrotar y asimilar’ permitió alianzas con los empresarios y con los más diversos sectores de esta compleja red de intereses que llamamos Bolivia. Personalmente, pienso que esa es una de las claves de la gestión del presidente, que ha logrado un entendimiento claro de nuestra diversidad.

Pero es un problema cuando esa asimilación sucede solamente en los gestos, en el discurso, en la presencia de los asimilados en los espacios de decisión. La asimilación, para alimentar el proceso de cambio (más allá de la gestión gubernamental inmediata) debe ser orgánica; es decir debe contagiar el organismo vivo de las personas y de las organizaciones que se suman.

Lo vemos a cada paso, cuando los controles institucionales fallan, cuando se denuncia corrupción, cuando no se ejecutan los presupuestos, cuando surgen conflictos violentos al interior del mismo pueblo: asimilar no es aumentar una silla en la reunión. 

Asimilar demanda un proceso de reflexión y cuestionamiento, un periodo de deconstrucción antes de que surja lo nuevo. Asimilar implica formación política e ideologización. Cuando eso no se da ¿quién cambia a quién?

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