Opinión

Que el mundo lo sepa: siguen los linchamientos en Bolivia

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26 de noviembre de 2018, 3:00 AM
26 de noviembre de 2018, 3:00 AM

Ya no recuerdo qué número de columna es esta en la que trato el cancerígeno tormento de los linchamientos. La semana anterior volvió a ocurrir. El martes 20, una turba mató a un brasileño en pleno centro de San Julián (Santa Cruz) a quien acusaron de ser un atracador. La víctima, antes de morir, dijo que solo quería cobrar una deuda y la Policía, como ocurre casi siempre, fue rebasada. Al día siguiente, en Uncía (Potosí), los pobladores mataron a pedradas a dos jóvenes acusados de robar un vehículo. Uno de ellos era menor de edad y ambos fueron arrebatados de las autoridades y agredidos sin contemplaciones, sellando así el segundo linchamiento en Bolivia en menos de 24 horas con tres víctimas fatales.

¿Qué está pasando en Bolivia? En este país los vecinos están matando a vecinos y lo están haciendo desde hace muchísimo tiempo. Es suficiente que alguna voz irresponsable azuce en voz alta, apunte con su maldito dedo inquisidor y con su voz asquerosa diga: “Aquel fue el que robó la garrafa de fulano o la vagoneta de zutano”. Y lo dice sin pruebas en las manos, y aunque las tuviera, nada justificaría que la turba expulse sus demonios y mate a pedradas o a fuego vivo a personas que en minutos se convierten en antorchas medievales.

Antes de que los teléfonos celulares con cámaras a full color se pongan de moda, las autoridades ponían de excusa que los vecinos linchadores ejecutaban el código del silencio, es decir, que nadie abría la boca para delatar a los asesinos. Y así era difícil investigar y sancionar a los criminales. Pero ahora que hay ojos digitales por todos lados, ahora que en todos los rincones del mundo se sacan fotografías a diestra y siniestra, ya no hay excusa para que no se pueda seguir un hilo de investigación a la manada que prende el fósforo sobre los cuerpos que suplican que no los maten.

Gente sin pena. Los que matan no tienen ni un poquito de pena. Y hubo casos en los que incluso lo han hecho a un costadito de una iglesia y el domingo han estado en la misa, golpeándose el pecho, y el cura, que ha estado entre la turba intentando evitar la matanza, en su púlpito intenta recobrar autoridad, porque la tarde en que quemaron vivos a unos hombres no había sido escuchado. La gente estaba desatando su furia en un país donde los policías incluso se visten de civil para no correr la misma suerte que los que están siendo linchados.

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