El Deber logo
20 de julio de 2019, 4:00 AM
20 de julio de 2019, 4:00 AM

¿Vieron las escenas de un alcalde golpeando a un conductor porque le solicita que pague sus servicios? ¿Contemplaron ese abuso gamonal desde la silla de cantina contra una persona que se atreve a cobrar por su trabajo? ¿Se dieron cuenta de los demás participantes en la borrachera, hombres y mujeres? ¿Del género de música, de las mesas, del escenario? ¿Se detuvieron en las figuras excedidas de grasa y de alcohol? Personalmente esperé algún desmentido antes de comentar esa nueva muestra de la decadencia moral a la que arrastra al país la conducción del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de todos los excesos, de los vicios más decadentes.

¿O todavía alguien apuesta que esa sigla representa a la utopía de los años revoltosos, al ideal de un hombre nuevo, a la dignidad del ser humano? Mientras la mayoría de los bolivianos sentía como propia la agonía de los doctores que no tienen condiciones en la salud pública para ejercer su trabajo cotidiano, como en tantas ocasiones, los militantes masistas se emborrachan de poder, dinero, sexo. Para el MAS, la salud es solamente “¡Salud!” de beodos. Un nuevo capítulo de excesos de la carne a la que son tan afectos.

Es el descontrol tribal que a veces parece más de seres primitivos que de personas que conviven en una comunidad. Salta la simple explicación: “son nuestros usos y costumbres”. La violencia masista no distingue géneros.

Entre las bartolinas se pelean a rasguños y jalones de trenzas, groserías y silletazos. Quienes no conocen el valor de las ideas, la serenidad de la meditación, la importancia de los argumentos racionales, el debate usan do las palabras adecuadas, solo utilizan la fuerza bruta para imponerse.

¡Vergüenza! Su poder baja al otro a la condición de bestia, de esclavo con grados militares, pero amarrando huatos de zapatos presidenciales; de sumisos como jamás habíamos conocido en nuestra historia. Quieren perpetuarse y siguen usando bienes del Estado ante el silencio de las maría eugenias choques y sus otros cómplices.

Estamos donde estamos porque en algún momento todos bajamos la cerviz. Simón Bolívar decía que los bolivianos nos distinguíamos por amar a la libertad (letrero que estuvo en Palacio de Gobierno hasta 2007). ¿Qué diría ahora? Nos han chupado la dignidad, el valor civil, la palabra precisa, la batalla colectiva, la resistencia cotidiana. Humillan con el palo a los minusválidos, con los cercos a las plazas, con la bala a los mineros, con la asfixia a los municipios institucionalizados. Hay más muertos que durante las guerrillas rurales, hay más exiliados democráticos que durante el barrientismo.

Y nada los detiene. Junto con el video del alcalde golpeador circuló el video del vicepresidente regalando una computadora a una menor de edad, como si fuese suya, como si la niña fuese su cliente, como si los yungueños estuvieran con trabajo, como si el hospital de Yanacachi tendría farmacia, como si el río Takesi no estuviese contaminado, como si el pueblo tuviese relleno sanitario. Porque a la violencia física unen la violencia moral. Personajes astutos que aprovechan las carencias seculares para humillar a una adolescente ante el aplauso de sus funcionarios que trasladan de un lugar a otro. ¿Podrá Bolivia salir de este estropicio?

Tags