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Presiones, asfixia y veto a los medios

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11 de marzo de 2018, 6:51 AM
11 de marzo de 2018, 6:51 AM

Históricamente el poder ha buscado controlar a los medios de comunicación. Son varios, en realidad, casi todos los gobiernos que han procurado incesantemente tener de su lado a los informadores. Las dictaduras los han combatido con violencia y hasta con la burda presencia de militares en las redacciones para avalar o prohibir las publicaciones. Ese fue uno de los peores momentos para el periodismo boliviano, con asesinatos, persecuciones y numerosos exilios.

Con la recuperación de la democracia, el poder cambió la forma de censurar a los medios. Buscó hacerlo con sutileza y de manera menos torpe, pero no menos grave que durante las dictaduras. El efecto es siempre el mismo, ya que afectar la libertad de prensa y de expresión es dañar directamente la democracia.

Al poder no le gusta el buen periodismo. En realidad, disfruta de la propaganda, que es absolutamente lo contrario. El que está en el poder buscará siempre que nadie desnude sus defectos y que, en lo posible, todos resalten sus logros. En cambio, un buen medio de comunicación expone al público lo que el poder se empecina en esconder. De ahí la incompatibilidad de intereses y las tensiones constantes entre el buen periodismo y los malos gobernantes.

Como está mal visto combatir a los medios como lo hacían los dictadores, varias autoridades nacionales y locales del periodo democrático han optado por dos caminos: conquistarlos o enfrentarlos, pero ya no con botas o fusiles.

Por la ruta de la conquista, la fórmula más usada ha sido la del estímulo publicitario. Es decir, premiar con propaganda a los medios que visibilizan los aciertos y que esconden los defectos. Antes no se destinó como ahora tanto presupuesto a la propaganda, a la creación de redes de medios propios y a sustentar o subvencionar a ‘los amigos’.

En cambio, los que se resistieron a la seducción publicitaria de los poderosos han tenido que sobrevivir como han podido. No son pocos los casos de los que terminaron asfixiados por el bloqueo económico, según las denuncias de algunos periodistas afectados por las quiebras de sus medios. Si la censura fue antes el principal enemigo del buen periodismo, la autocensura es ahora su mayor escollo.

Las nuevas regulaciones, los amedrentamientos con procesos judiciales, las presiones de los órganos recaudadores y fiscalizadores a las empresas de comunicación y las trabas al acceso a la información de interés público han sido otras formas sutiles de intento de control del periodismo.

Además de usar el presupuesto de propaganda como premio o como castigo, algunas autoridades nacionales y locales han optado por el veto informativo a los medios que les resultan incómodos. Por eso no se las verá nunca aceptar entrevistas o comparecer ante ellos cuando se las requiere, como si no fuera una obligación de los funcionarios públicos responder constantemente por sus actos.