Opinión

¿Por qué odian la verdad?

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23 de mayo de 2019, 4:00 AM
23 de mayo de 2019, 4:00 AM

Un buen día vimos en el periódico una fotografía de nuestra realidad. Contaban de una fiesta de un importante narcotraficante que debía estar preso. En total libertad compartía jolgorio con los policías que no cumplieron nunca el encargo de ponerlo tras las rejas. Cuando se publicaron foto y noticia, quedaron en vitrina las autoridades que habían abandonado la orilla de la justicia y estaban del lado del delincuente. Fue un escándalo. Poco a poco aparecieron vínculos de todo tipo y cayeron en tromba los cambios y destituciones.

El Gobierno fue el primero en reaccionar airado y castigador. Parecía preocupado por esclarecer y limpiar. Parecía, sí pero solo hasta que el ministro de Gobierno nos sorprendió. Tuvo una preocupante reacción instintiva. En cuanto supo de la información y antes de los alardes de dureza, llamó en secreto y para retarlo, al periodista que dio la noticia ¡Cómo era capaz de sacar a la luz esa información! ¡Cómo se atreve! ¡Ya verá!

Si el Gobierno estuviera de verdad molesto por el delito, festejaría la noticia que le permite limpiar de corrupción sus dependencias. Si realmente quisiera cambiar la realidad, saltaría de alegría por el descubrimiento que dejaba en sus manos datos suficientes para curar las debilidades de sus policías. Celebraría la noticia que le da pie para avanzar, para limpiar, para cumplir mejor su labor.

Pero la llamada del ministro, el dedo levantado y sus amenazas, no parecen de alegría ni de triunfo. La reacción da pie para imaginar otros sentimientos ¿Por qué la rabia? ¿Por qué pudiera querer que permanezcan ocultos la mentira y el engaño? ¿Por qué le molesta tanto que caigan cortinas y caretas? No parece que le guste que se sepan ciertas cosas. No parece que quiera mejorar la realidad. Más parece el despecho del que ha sido pillado in fraganti. Pareciera que le molesta que se descubran elementos que no se sabe por qué quería escondidos. Si no, ¿por qué la reta y la amenaza?

Es lamentable que el ministro, como el presidente, se sienta dueño de la verdad. Ellos son lo perfecto y lo absoluto y el periodista debe contar solamente lo que a ellos les gusta. Hay que cambiar para ellos las leyes y la realidad para que puedan “meterle” a lo que se les antoje. La realidad no es así. La realidad viene con forma y realidad propia y somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ella. La verdad es autónoma y todos podemos y debemos encontrarla y no necesitamos permiso de ningún ministro para buscarla ni para contarla.

Por ahí va la definición del tirano. Tirano no es el dictador. Es la autoridad, legítima o no, que no cree en la verdad, ni en la libertad, ni en la dignidad de la gente. Él se hace parámetro de la verdad, dueño de las libertades y administrador absoluto de los derechos. Por eso Bolivia dijo No a la reelección infinita, porque con el tiempo las autoridades tienden a volverse tiranos.

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