Opinión

Pérdida del poder

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5 de junio de 2018, 4:00 AM
5 de junio de 2018, 4:00 AM
La reinstalación de las demandas por el respeto del voto popular que protagonizaron los asistentes al acto inaugural de los Juegos Odesur en Cochabamba, el conflicto iniciado por los alumnos y profesores de la Universidad Pública de El Alto (UPEA), la movilización de las dos federaciones de juntas vecinales, (una oficialista y una controlada por la alcaldesa Soledad Chapetón) en apoyo a los universitarios, la rearticulación de las plataformas centradas en la defensa del 21-F y una serie de conflictos menores empiezan a mostrar una progresiva pérdida de la hegemonía masista. Si se añade a esto la caída de la preferencia ciudadana, que lo sitúa con menos del 30% del electorado, la conclusión cae por su propio peso; el MAS ha perdido gran parte del poder que le permitió gobernar este país a su regalado antojo.


Los que nos dedicamos a observar la vida política sabemos que hay un punto de no retorno en el que el poder se difumina, puede tomar largos periodos, pero su agotamiento es irreversible e irremediable. También sabemos que por lo general -como en las historias de amores clandestinos-, todos lo perciben menos sus protagonistas. 


Algo así está pasando con el Gobierno, no logra decodificar el significado de los acontecimientos o los interpreta de forma tan errónea que construye explicaciones que lindan en el absurdo, como aquella según la cual los mismos universitarios asesinaron a su compañero. El régimen, al perder hegemonía y resquebrajar su propio poder, ha perdido la brújula, está desorientado. El presidente sostiene que las universidades son “centros de perversión”, justo cuando los universitarios lo tienen en jaque. El ministro Romero tiene que pedir disculpas porque resultó que sus científicas teorías policiales y sus peritajes criminológicos estaban equivocados de cabo a rabo. Los acólitos al gobierno sostienen que “la derecha” es la que obligó al mandatario a salir del estadio y suspender su discurso inaugural; imagínense, un estadio completo y no les da para reconocer la presencia de una ciudadanía consciente, aguerrida y democrática.  Asistimos al episodio más dramático en la historia de los regímenes decadentes; al momento de sus delirios, pero al mismo tiempo, al momento más peligroso, ese en que se sienten amenazados y reaccionan como fieras heridas de muerte.

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