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22 de marzo de 2018, 4:00 AM
22 de marzo de 2018, 4:00 AM

No nos hagamos los tontos; una de las razones por las que el tema del mar puede ser utilizado con fines políticos internos es porque nadie dice lo que realmente piensa cuando debe decirlo.

Nadie se anima a decir las cosas con todas sus letras cuando las circunstancias lo demandan, porque todavía se cree que se corre el riesgo de ser linchado por esa supuesta opinión pública, atada irreversiblemente al fácil patrioterismo y chauvinismo, erigidos en torno a nuestro enclaustramiento.

Se da por descontado que los bolivianos seguimos pensando igualito que hace 50 años y que cualquier postura que no cuadre con el romanticismo y el victimismo inculcado desde nuestros colegios, es un pecado de lesa ciudadanía que se castiga con el estigma de traición a la patria.

Yo creo que esas son huevadas y que la mayoría de los bolivianos de hoy sabemos comprender bastante bien la complejidad del problema con Chile, independientemente de nuestra herencia cultural, de los mitos y de los complejos con los que nos han atormentado durante generaciones. El problema es que, justamente, el Gobierno se aprovecha de la hipercautela de los líderes de opinión por ser políticamente correctos, para manosear el tema a su antojo, con garantía asegurada de impunidad.

Sería bueno entonces que comencemos a desacralizar el tema, hagamos uso de la madurez política y ciudadana que nos caracteriza, y digamos sin tapujos y sin resquemores lo que pensamos en torno a nuestro asunto en La Haya.

En lo personal, pienso que vamos por un muy buen camino y, prueba de ello, es que los amigos chilenos, por primera vez, están desconcertados, incómodos e inseguros. El asunto con Bolivia siempre se lo habían tomado un poco a la ligera y hoy la sonrisa burlona se ha tornado en un gesto de preocupación y asombro.

Es que no la vieron venir. En su cómoda y displicente posición, nunca imaginaron que después de tantos años, Bolivia podía ser capaz de darle un giro tan fresco y novedoso a su demanda.

El ideólogo de la demanda ante La Haya es el abogado boliviano Ramiro Orías y no Evo Morales, ni ninguno de los abogados internacionales que se contrató para llevar adelante el proceso. Sin embargo, el mérito de haber tomado la valiente decisión política de iniciar el juicio, y de manejar el proceso jurídico correctamente, le corresponde sin lugar a dudas al presidente Morales y eso es algo que nadie debería dejar de reconocerle.

Creo que, más allá de la justicia histórica y la razón, el argumento de nuestra demanda es tan jodidamente sólido, que es muy probable que el fallo nos sea razonablemente favorable, y que Chile no pueda burlarse, esta vez de toda la comunidad internacional, negociando de mala fe.
Pero creo también que este será un proceso larguísimo y complicado en el que, en el mejor de los escenarios, llegará el momento en el que tendremos que decidir canjear territorio, lo que a muchos bolivianos ya no les parecerá tan divertido.

Sé que Morales no se imaginó ni en su peor pesadilla que Piñera volvería a ser presidente de Chile y que sus imprudentes agravios lamentablemente lo han convertido en el principal obstáculo para una eventual negociación (lo único que tienen claro en Chile es que no van a negociar nada con Bolivia mientras Morales sea presidente).

Y estoy absolutamente convencido de que el Gobierno se equivoca monumentalmente al pensar que un fallo a nuestro favor le ayudará a legitimar su irrespeto a la democracia. Otra vez se equivocan, asumiendo que la ciudadanía no es capaz de distinguir las cosas con claridad.

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