Opinión

No parecía posible

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12 de abril de 2018, 4:00 AM
12 de abril de 2018, 4:00 AM

Después de requintar por años contra las oficinas públicas nacionales, que nos maltratan, que nos desprecian, que no saben lo que es servir y se pintan las uñas o juegan solitarios. Después de rebelarme todos los días contra tanta estúpida ineficiencia y de gritar contra tanta corrupción y mediocridad, por fin he tenido una experiencia distinta.

Un amigo cruceño contaba orgulloso que cuando hace poco nació su primera hija en Estados Unidos, antes de 15 días, el consulado boliviano le entregaba el certificado de nacimiento, el carné de identidad y el pasaporte de su pequeña. Una especie de consulado móvil atendió a la perfección a la nueva boliviana. Con una sonrisa, en lugar de la cara amarga de siempre o de pedir coima, en el momento registraron, hicieron y entregaron todos los papeles de rigor. Otro amigo español, padre en similares condiciones de migración y en la misma ciudad americana, había pedido a su consulado los mismos documentos. Esperó cerca de ocho meses que a sus diplomáticos les diera la gana de atender su solicitud.

No había sucedido nunca. Por una vez los bolivianos estamos mejor organizados y mejor atendidos que los ciudadanos de la culta Europa.

Ahora me topé con otra experiencia. Un viejo amigo y compatriota salía del consulado boliviano en Bilbao. La sonrisa era de oreja a oreja. Necesitaba un certificado de que estaba vivo para que el burocrático Senasir acepte pagar su jubilación. En primer lugar, mi amigo no tuvo que viajar hasta la capital. Encontró seis consulados repartidos por el territorio español. En una ciudad cercana encontró nuestra oficina consular, una sala sencilla, pero limpia, ordenada, digna. En breve fue atendido con educación y con tanta eficiencia que en minutos tuvo en sus manos el certificado que pedía. Además, le aseguraron que el mismo consulado haría llegar a su apoderado en Santa Cruz copia legal del documento ¡Sin costo y al instante, le dieron más de lo que había pedido!

Creíamos que en Bolivia estábamos condenados a que en todas las desvencijadas ventanillas de las tediosas oficinas públicas no atiendan nunca nuestras solicitudes, que nos hagan volver 500 veces sin sentido, que nos pidan fortunas para cumplir su deber. Creíamos que era nuestro triste destino. Hasta cuando acudimos doloridos a un hospital, en lugar de ofrecernos consuelo, nos hacen sentir que somos un estorbo.

En nuestro país de las diferencias, lo normal es el maltrato. Por eso es una experiencia reconfortante encontrar la buena noticia que hoy le cuento.

Estos cambios no son grandes. No son aparatosos. Son profundos. Son humanos, aunque utilicen modernas herramientas tecnológicas. Han cambiado las actitudes, más que los presupuestos. Demuestran que sin necesidad del IDH se puede transformar el país. Son cambios de tiempos del canciller David Choquehuanca. Le podríamos pedir a don David que pase un año por cada ministerio para que llegue la novedad a los bolivianos que vivimos aquí. La pena es que no quedan tantos años a su gobierno, pero le alcanza para el Ministerio de Salud. Sería la más urgente revolución. Después podríamos invitarlo a que maneje nuestro Plan Regulador, Derechos Reales y otros antros por el estilo.

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