Si no tuviéramos esperanza en que al calor del árbol navideño el mundo cristiano medite y sea consciente de que la violencia va creciendo y que son muchos los inocentes que pagan con su vida por culpa del fanatismo religioso que se apodera del planeta, muy poco tendríamos para celebrar en este día grande de la cristiandad. Si bien es cierto que el odio racial perduró durante siglos, y también el ideológico, ahora nos encontramos con que son las creencias religiosas las que más dolor están produciendo.
Esto que conmueve a gran parte de nuestro universo no es algo que prospere en Bolivia, afortunadamente. En nuestro país existe una violencia lejana al terrorismo, lo que debemos agradecer. En Bolivia no suceden atentados en lugares públicos o en las calles. Existe, en nuestro medio, un justificado temor a la delincuencia, que es creciente, pero no se vive con la amenaza de una explosión o unos disparos que dejen en el desamparo y el dolor a familias enteras. Sin embargo, los bolivianos sufrimos porque la pobreza no cede en su afán de desesperarnos; la injusticia con los menos favorecidos continúa en su camino ciego y obediente; no se justifica que existan tantos perseguidos y encarcelados políticos sin el debido proceso; la ausencia de una amnistía generosa provoca decepción y hace que estas fiestas de amor e intimidad se desluzcan.
Sin embargo, el pueblo boliviano es pacífico, paciente, y se contenta con la llegada de sus seres queridos que trabajan sacrificadamente en el exterior. Ver la dichosa reunión de familiares en terminales de buses y aeropuertos, conmueve. En el fondo no es mucho lo que piden los ciudadanos para alegrarse por el nacimiento de Jesús. Con que la familia se reúna y haya comida para llevarse a la boca, hay alegría.
Tenemos que confiar en que nuestro destino será cada vez mejor, para lo que es necesario el compromiso leal de quienes nos gobiernan porque de ellos depende la pacificación de las conciencias. La Iglesia ha llamado al diálogo y la justicia, lo que no es mucho exigir. Tender puentes de diálogo y derribar muros que separan ha sido el pedido del arzobispo de Santa Cruz, y nos parece que es algo que se debe observar.
Roguemos y tengamos esperanzas en nuestras oraciones navideñas de que los hombres y mujeres de Bolivia nos reencontremos conformando una sociedad más humana, justa, solidaria, y alejada de la corrupción que está minando nuestra confianza en el futuro.