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14 de diciembre de 2018, 4:00 AM
14 de diciembre de 2018, 4:00 AM

A nivel latinoamericano, sufrimos de una suerte de obsesión patológica por el pasado: amamos desenterrar ataúdes, edulcorar el lejano tiempo de los aztecas e incas y, en general, desfilar tras el cortejo fúnebre de los héroes de nuestra independencia. Debemos aprender a olvidar la historia, aceptar que tenemos que despojarnos de ella. ¡Y no!, no se piense que quien escribe esto no tiene en alta estima el valor de la historia. Es cierto, pues, que la historia es un elemento fundamental para saber quiénes somos y tratar de comprender cómo encarar el futuro de los países.

Debemos dejar de desenterrar a los muertos con el fin de tratar de obtener de estos claves o respuestas para el mañana. Los muertos no hablan ni piensan. Son solo una imagen de la grandeza a la que pudo llegar un hombre en determinado tiempo histórico y un ejemplo de constancia y energía para todos. Cuando en 2010 Hugo Chávez desenterró los restos del Libertador, cuando Rafael Correa mandó sacar las cenizas de José Eloy Alfaro, cuando Néstor Kirchner hizo desenterrar los restos de Juan Domingo Perón, cuando en 2009 Tabaré Vázquez presentó al Congreso de su país un proyecto de ley para trasladar los restos de José G. Artigas, cuando sucedieron todas esas cosas, entonces supimos que algo no estaba bien.

Las personas que hacen un uso tan indiscriminado y ligero de la historia, los que la endulzan tratando de hacer de ella el rumbo por donde debemos caminar, son por lo general los populistas. Nos tratan de anclar con un pasado “glorioso”, con un tiempo en que dizque no había maldad, y esto constituye uno de los mayores frenos para el avance de nuestros pueblos latinoamericanos. Es interesante notar cómo en países como China e India, cuyas historias y tradiciones son milenarias, se tiene una visión tan pragmática y de futuro, sin dejar de lado el valor de la historia, pero sin hacer de esta un fetiche o una obsesión.

Reivindico el valor de la historia e incluso sé que para los pueblos es menester la formación de mitos y leyendas cohesivos para formar una identidad nacional o levantar el orgullo patrio, pero también recalco la necesidad que tenemos como latinoamericanos de despojarnos del fetichismo del pasado.

Está claro que los políticos populistas usan la historia para justificar sus largos periodos en el poder, o incluso para permanecer en él por un tiempo indefinido. Extraen con pinzas fragmentos de los discursos de los héroes, en los cuales se alude a un tiempo largo en el mando, olvidando que esos héroes tenían convicciones democráticas. En el caso de Bolivia, el MAS pretende hacer pensar que el pasado prehispánico era un oasis, sin mencionar que también hubo barbarie e injusticia.

Lo que debemos hacer es encarar el futuro con mucho pragmatismo, despojándonos de la vena romántica que nos mueve a mirar al pasado con demasiado amor.

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