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11 de enero de 2019, 4:00 AM
11 de enero de 2019, 4:00 AM

Temerosos, como culpables, los ministros del Estado Plurinacional de Bolivia corrieron a sus despachos, sin dar la cara, sin participar en una conferencia de prensa, sin dar información, sin contestar preguntas, sin aceptar ni siquiera una interrogante al vuelo.

Acababa de concluir una larguísima sesión de gabinete, dicen que de unas ocho horas, la primera del año, del año 2019, el último del Gobierno del Movimiento Al Socialismo, dentro de la precaria legalidad que aún existe en este país sudamericano.

La población quería conocer datos oportunos, los planes para aplicar el presupuesto nacional o para completar lo mucho que falta para cerrar los programas sociales y económicos anunciados hace una década. Nada. Imposible. No hablan.

El Gobierno que más gasta en un Ministerio de Comunicación no tiene un vocero para atender los tradicionales ‘briefings’ que se dan al finalizar reuniones importantes en los países democráticos del mundo. La ministra Gisela López suele aparecer casi exclusivamente para confrontar a alguien, pero no está capacitada para desarrollar información cara a cara. Es curioso, muy curioso.

En más de una ocasión sale al paso el ministro de la Presidencia, Alfredo Rada, quien no reúne las capacidades técnicas y científicas de un buen comunicador; quizá todo lo contrario. Entre sus dones no está el de la empatía. Monologa; unas frases sueltas y no acepta cuestionamientos.

Los periodistas que cubren el palacio de Evo se ven obligados a conseguir información off de récord, susurros, chismes. Hace años que no existen planes de comunicación a nivel nacional o a nivel sectorial. Es muy difícil conocer los aciertos o las debilidades de lo que sucedió en la semana, en el mes, en el día, desde una fuente primaria, oficial.

El régimen masista desarrolló un sistema perverso. Entrevistas con formato de tongo, muchas veces solicitadas por la autoridad. Hay ministros que no aparecen ni mensualmente en un medio masivo de comunicación, pocos los conocen. Otros copan programas para repetir alguna consigna salida desde palacio. Aunque se gastan millones de millones en propaganda, la gente opta por no leer, por no ver o por no escuchar. Es el típico efecto bumerán de todo exceso.

No es responsabilidad de los comunicadores de cada ministerio, como parece que cree el presidente Evo Morales, sino el resultado de una opción, de un estilo. Los medios oficiales malversan su programación con transmisiones alrededor de su figura, incluyendo ahora la hija pródiga. ¿Será que todo ese gasto cambiará el rechazo de la mayoría que votó por el No el 21 de febrero de 2016?

Hay una forma sistemática de propaganda, por ejemplo, pintando de azul los edificios que atienden al público como Senasir; las gigantografías ilegales en el teleférico; las fotos de Evo en los productos del subsidio. Sirve para reforzar el voto duro, no para ganar a las clases ilustradas.

Además de los guerreros digitales semianalfabetos ensayan los guerreros radiales para copar programas de opinión. Tan tontines que leen los papelitos que les dan, a veces se equivocan o la misma persona llama allá y acá, los mismos argumentos, las mismas ideas. ¿Esperan que la audiencia les crea?

Mientras, gastan los millones que podrían ayudar a otras áreas.

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