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18 de diciembre de 2018, 4:00 AM
18 de diciembre de 2018, 4:00 AM

“Una vez que las misiones alcanzaban los 3.000 o 4.000 habitantes, marchaba una parte de su población a fundar otra, como la Misión de San Rafael (1721), fundada con 1.000 indígenas de distintos grupos étnicos. La misión de la Concepción (1708), San Ignacio de Zambuco (1717)…”. La lógica es que cada una estuviera entre 8 y 10 días de camino entre sí, y desde ellas se realizaban intercambios con la zona del Paraguay; en los meses de lluvia que quedaban aisladas “se buscó un punto de contacto más cercano con los comerciantes españoles y criollos de Santa Cruz de la Sierra, en la misión de San Javier”.

Los ataques de Bandeirantes que buscaban esclavos produjeron que los indígenas desarrollaran sobre la base de la habilidad para la caza, capacidad defensiva con métodos guerrilleros.

Las primeras labores en la Misión “eran la tala de árboles y la limpieza de las colinas para desarrollar la agricultura, basada en cultivos locales: maíz, arroz, azúcar, tabaco y frutos como el plátano, la piña, cacahuates y calabaza.” Los misioneros aplicaban la división social desarrollando roles entre los clanes incorporados dentro de las misiones y dejando a los indígenas mantener gran parte de su estructura social y política.

Un dato relevante y clarificador. “En el momento de la fundación de la primera misión, la de San Javier, los caciques exigieron a los misioneros tres condiciones fundamentales para entender la relación que se establecía entre ambos sistemas: que la misión fuese fundada en su propio territorio (el que ya habitaban) y que quienes se convirtieran al cristianismo no se verían obligados a abandonar sus tierras. Segundo, que los hombres pudieran mantener a sus mujeres y tercero, que sus hijos no fueran entregados al servicio de la iglesia”. Esto lo relata Maricarmen Tapia, de la Universidad de Barcelona, en Misiones jesuíticas de Chiloé. Atlas Digital de los Espacios de Control, nº 9, 2014.

Ovidio Roca Ávila, en Vida cotidiana y economía en las misiones jesuíticas, cuenta que las Misiones cumplieron otro rol importante, “la definición y resguardo de los límites del imperio español con el imperio portugués, funcionando como fuerza de contención ante su expansión, habiendo recibido autorización de la corona para armar a los indígenas en esta defensa.”

En Baures y Chiquitos practicaban las “fiestas de las Parcialidades donde los bailarines representan los oficios que existían en las Misiones: meleros, cazadores, pescadores, herreros, carpinteros, constructores, tejedores, sastres, zapateros, trapicheros, curtidores y talabarteros, vaqueros, pintores, talladores. Todos ellos con los atuendos y herramientas propias de su oficio, bailan por las calles y Plaza…” Estos pueblos “tallaron inmensas columnas, construían edificios, fabricaban instrumentos e interpretaban y componían música sacra y barroca en ese mundo selvático… (mostrando) una singular habilidad para fabricar artefactos que antes nunca conocieron: muebles, herramientas, instrumentos musicales, casas y lienzos; y también el convivir con parcialidades con las que poco antes guerreaban”.

A estos pueblos llegan hoy los nuevos extremeños cubiertos de solidaridad y compromiso y trabajan con nosotros en la profundización de la vida en el País de los Indios Chiquitos. Aquí han estado Juan Andrés Tobar, Juan Mari Vásquez, Mané Rodríguez Tavares, Antonio Fuentes, Angelines García, Miguel Ángel Morales, Charo Cordero, Nuria Morán, José Antonio Murillo, José Ángel Calle, Virginia Borallo, Begoña García, Esther Gutiérrez, José Luís Martín, Juan Carrillo, Javier Durán, Luis Fernando García, José María Rodríguez, Alfonso Beltrán, Pilar Caldera y una lista de más de 200 maestros de la esperanza…

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