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11 de marzo de 2018, 4:00 AM
11 de marzo de 2018, 4:00 AM

¿Por qué la historia es tan cruenta, oh mi señor? El apoyo unánime de la OEA en 1979 reconociendo el asunto del mar como un problema de índole hemisférica perdió su relevancia a los pocos días de haber tenido lugar, gracias al golpe de estado a la cabeza de don Natusch Busch. No terminaba el país entero de aplaudir el espaldarazo de la OEA, que esta camada de bolivianos se aventuró a truncar nuestro sueño y devolvernos a aquella realidad pringada de viveza criolla, ambición desmedida y estultez crónica. El desenlace despertó conmiseración en el exterior. ¿Cómo este país podía exigir consideraciones de tipo legal si en su propio patio rebosaba la ilegalidad? 

¿Por qué es pues tan cruenta nuestra historia, oh señor, que envuelto papel celofán nos devuelve hoy similar escena? Sincerémonos: ¿lo hizo bien don Evo exigiendo el cumplimiento de los derechos expectaticios de los bolivianos sobre el mar? Claro, seguro que sí, y el mérito es suyo. Pero, ¿qué significa ello? Pues la existencia de derechos expectaticios sobre el mar. Eso supone que las promesas que nos hicieron en 1950, 1975 o 1987, consistentes en entregarnos una salida soberana al Océano Pacífico, tienen un poder vinculante y debe obligarlos a dialogar hasta encontrar una solución. No se trata de prometer por prometer. Esa es la idea. Es como cuando escuchamos de alguna persona el infaltable “pobrecita, la ha perjudicado”. Luego de salir con su novia por cinco años, y haberle prometido entrar al altar, decide acabar la relación. ¿Qué sucedió? Pues que generó derechos expectaticios matrimoniales. Y, al no cumplirlos, la perjudicó. ¿Qué correspondería hacer en el caso mencionado? Recurrir a La Haya para que el novio se digne a conversar. Nada más. No hay matrimonio a la vista, solo la posibilidad de conversar. 

Hecha esta aclaración conviene recordar tres escenas de nuestra historia:

Escena 1, de 2009: Evo prometió aprobar la nueva Constitución resignándose a que no haya derecho a su relección y que su primer mandato de 2006 a 2009 contara como un periodo.

Escena 2, de 2014: Evo afirmó que en 2020, una vez que acabe su gestión, no volvería a postular pues deseaba “abrir su restaurante en Chapare”. 

Escena 3, de 2015: Aseguró que si perdía el referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016 “así sea por un voto”, se iría a su casa. 
En todos estos casos Evo promete. Sí, y su promesa es simple: ¡no volveré a ser candidato! ¿Qué significa eso? No hay dudas: la generación de derechos expectaticios electorales. Esa certeza nos lleva a una conclusión: si las promesas chilenas de devolvernos el mar, hacen que el Gobierno exija de cara al mundo, el cumplimiento de los derechos expectaticios marítimos, ¿por qué “hacia adentro” y de cara a los resultados electorales del 21F, ese mismo Gobierno no tiene similar comportamiento y cumple los derechos expectaticios electorales? Lo que vemos es que nuestro Gobierno es respetuoso del Estado de Derecho hasta la médula para exigir a los chilenos, pero se olvida de ese mismo Estado de Derecho para cumplir con los bolivianos.  

Vuelvo al comienzo: un golpe de Estado y el advenimiento de un régimen no democrático nos jodió en 1979. Hoy el irrespeto al voto popular, el ninguneo a la Constitución de 2009 y, de yapa, la aceptación de la elección de jueces (designados por el MAS) a pesar de la derrota de la opción ‘votos válidos’, configuran un escenario antidemocrático similar. ¿A quién le daría la gana de negociar con un gobierno cada vez más autoritario? Debemos percatarnos pues de que hoy nuestro principal adversario para acercarnos al mar no es Chile, es el Gobierno prorroguista de don Evo Morales. 

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