Opinión

Males de la universidad

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8 de abril de 2018, 4:00 AM
8 de abril de 2018, 4:00 AM
Las mejores universidades del mundo son de Estados Unidos y Gran Bretaña. En la lista de las top también destacan las de Suiza, Alemania, Canadá, Australia, Japón, China, Corea del Sur y otras de Asia. Entre las mejores 200 del planeta apenas hay una argentina, dos brasileñas, una chilena y una colombiana. Entre las 500 del mundo están, además, una peruana y una costarricense. De Latinoamérica se imponen en número claramente Argentina, Colombia y Brasil, según el QS World University Ranking del 2017-2018, elaborado cada año por la empresa británica Quacquarelli Symonds.


De las casi 1.000 citadas en el ranking del planeta, no figura ninguna boliviana. Ni siquiera las hay entre las primeras 50 de Latinoamérica, indicador que refleja de manera clara y contundente el alarmante rezago educativo del país. Entre La Paz y Santa Cruz suman casi 30 universidades públicas y privadas. La estatal cruceña es prácticamente la más grande del país. Ya supera una población de 100.000 estudiantes y su crecimiento es impactante. Sin embargo, su tamaño no le ha dado aún el primer lugar en los rankings que se conocen de las mejores de Bolivia.


Hubo mejoras, sobre todo en la infraestructura de la Universidad Gabriel René Moreno, con el auge de los ingresos provenientes del IDH. Algunos de los nuevos módulos tienen estándares internacionales y hay esfuerzos interesantes en investigación agropecuaria. Sin embargo, la institución está muy lejos, a demasiada distancia de las mejores de Sudamérica. Ni qué decir si se la compara con las más sobresalientes del continente. Se encuentra a años luz, tanto en presupuesto como en calidad académica, innovación e investigación.


Es más desalentador aún lo que se ve en algunas de sus aulas. La semana pasada, por ejemplo, hemos sido testigos del escandaloso caso del docente que agredió a sus estudiantes con una intervención vergonzosamente racista. Resulta inexplicable cómo se ha podido llegar a tanta demostración de vulgaridad en un recinto académico. Aunque un solo caso no es representativo de la situación general, es llamativo que el sistema no haya detectado a tiempo las carencias de formación de un profesor, que ha cometido excesos apoyándose en la mediocre justificación de la supuesta libertad de cátedra.


Este caso debe ser el punto de partida para una necesaria evaluación y corrección de las deficiencias pedagógicas en la Uagrm. Ni qué decir de la inercia que parece haber continuado después de las revueltas estudiantiles de la campaña electoral pasada, en la que se plantearon demandas de una reforma universitaria profunda para poner fin a la mediocridad, la politiquería y el compadrerío. Son varios los males que se destaparon en ese momento y que debían encararse en una prometida revolución que no llega. No hubo hasta ahora el anunciado congreso universitario para encarar una refundación. Santa Cruz espera ansiosamente tener una universidad pública como se merece. 
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