Opinión

Luis Arce Gómez

El Deber logo
6 de noviembre de 2017, 6:54 AM
6 de noviembre de 2017, 6:54 AM
Hay un hombre que toma el sol del altiplano sentado en su silla de ruedas. Ese hombre habla de su pasado, de una historia que quiere contar a su modo, como lo recuerda o como quiere acordarse. Lo hace a cuentagotas, a tajadas, y habla con su voz de anciano desde el penal de Chonchocoro, donde está purgando una condena de 30 años sin derecho a indulto por la sangre derramada durante el gobierno militar de Luis García Meza, del que fue ministro del Interior. 


Luis Arce Gómez también toma un helado que saborea como un manjar escaso en la cárcel. Está en la cancha de fulbito que funciona como el único lugar de recreo de los internos que viven en el bloque A. Lo llaman el coronel y el coronel lleva puesto un chulo que le protege de la picadura del sol y del frío que solo pierde poder en su guarida, en ese cuartito que está sellado con el número 209 y donde hay tres camas angostas. La de él es la que está a la izquierda, atrapada contra la pared. En las otras duermen un brasileño y un boliviano. “Soy un preso más entre los presos”, dice, como queriendo decirle al país que no tiene privilegios. 


Un privilegio sería para él estar en una cama de enfermo del hospital Militar de La Paz donde está su antiguo jefe de dictadura, el general Luis García Meza. “Pero los militares no me quieren”, lamenta, como una voz de niño abandonado.


No habla con esa voz imperial de julio de 1980 cuando dijo, embutido en su uniforme militar,  que “Todos aquellos elementos que contravengan con el decreto ley tienen que andar con su testamento bajo el brazo, porque vamos a ser taxativos, no va haber perdón”. 


Tampoco hay evidencias de ese hombre que, según su hermano Armando, tenía una exclusiva forma de disfrutar el poder: “Cagarse de risa de todo el mundo, y mandar. Era su debilidad. Parecía que hubiera tenido un complejo de niño, le gustaba putear, agarrar de los huevos a todo el mundo. Me acuerdo que un día estábamos yendo en su auto a cenar a la casa. Eran las 20:30, cuando para su auto y llama por radio: Tómenla presa a la chola que vende anticuchos al lado del Prado, por la plaza del Estudiante. Al rato un tremendo caimán, con 40 cojudos armados hasta los dientes. Esas cosas espectaculares le gustaban, para tomarla presa a la chola anticuchera. Le dije no creo que esta chola sea subversiva ni tira bombas. No seas cojudo, me dijo, ¿y de qué van a comer los que tomamos presos en el estadio? A la chola la tomaban presa y le cargaba su leña, sus asaditos, sus palitos, y la chola hacía su agosto en el estadio porque ahí ya había como 60 cojudos presos. Yo noté que la chola, calladita subía de un puntazo a la volqueta”.


Eso dijo Armando el 2009, cuando Luis Arce Gómez acababa de llegar de EEUU, donde estuvo preso 14 años por delitos de narcotráfico. Desde aquel año está en Chonchocoro, y ahora, se levanta para ir a su celda. No quiere que nadie le ayude. Yo pecharé mi silla de ruedas, dice, a sus 79 años.
Tags