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4 de febrero de 2018, 4:00 AM
4 de febrero de 2018, 4:00 AM

Hace pocos días, el Gobierno hizo un balance de su gestión disfrazado de informe de gestión. Fue un discurso electoral de los aspectos supuestamente exitosos, el olvido de casos negativos y una larga lista de sueños y proyectos. El vicepresidente lanzó una utopía anacrónica de una Bolivia tecnológica e industrializada. ¿Después de la escandalosa muerte de su proyecto estrella, Quipus? ¿U otros fracasos de 12 años como Mutún, el litio y el extravío de la ley Avelino Siñani?

En lo positivo, el presidente destacó la estabilidad económica, el crecimiento económico, la ampliación de vías carreteras y el trámite de La Haya, aunque sin mencionar la principal causa del aumento del PIB, de $us 8.000 millones a $us 34.000 millones: la repentina elevación de los precios internacionales de nuestras materias primas, no la nacionalización. 

Los silencios retumbaron en un mar de medias verdades. Ninguna referencia a los proyectos fracasados y los millones dilapidados. Por ejemplo, Papelbol y Cartonbol, de Bs 176 millones. Lacteosbol, $us 20 millones. Bulobulo, costo de $us 846 millones y sobreprecio de $us 400 millones. Barcazas chinas, daño al Estado de $us 33 millones. Las Cumbres de Tikipaya (Bs 10 millones) y la del G77 ($us 200 millones). Compras caras: avión de Evo Morales: $us 36 millones cuando cuesta en el mercado solo $us 18 millones. ¿Quién asume la responsabilidad de tantos millones dilapidados?

Ninguna referencia al fracaso de la corrupción. Murió el Ministerio de Transparencia y Lucha contra la Corrupción,  sus restos son ahora unidades de lucha anticorrupción en varias entidades públicas. ¿Y la educación, la salud, el contrabando y la justicia? ¿Y la inseguridad ciudadana cuyas noticias estremecen a los medios de comunicación social y las familias bolivianas? ¿Cuánto costó el grupo de redactores del deficiente Código Penal execrado por la opinión pública? ¿Mejoró el aprendizaje de nuestros estudiantes y la enseñanza de los profesores?

¿Las relaciones internacionales se reducen al trámite planteado en la Corte Internacional de Justicia? ¿Cómo se justifica el seguidismo a Rusia y Cuba en temas como Siria, Irán y la hostilidad a los derechos humanos? ¿Cuáles serían las razones justificatorias del aislamiento internacional de Bolivia?  ¿Y las relaciones tensas con los vecinos por el narcotráfico?

Junto a esos silencios chirriaron varias inexactitudes y exageraciones. “Bolivia es el Estado más fuerte de la región”. Fuerte, ¿en qué? “Bolivia es punto de referencia internacional”. ¿En qué y para qué?  “Bolivia es el centro de integración energética del continente” con 6.000 MW cuando los vecinos producen 10.000, 30.000, 50.000 y 100.000 MW. “Hemos promovido por primera vez un tratado de minas antipersonales”. ¿Y en qué quedó el Tratado de Ottawa de 1997? “El crecimiento actual es el esfuerzo de los movimientos sociales”. ¿Y la bendición de los altos precios de nuestras materias primas?  “Cero tolerancia contra la corrupción”, cuando cada semana estallan denuncias escandalosas.  “Bolivia hoy constituye el punto de apoyo para los procesos revolucionarios del continente y del mundo…”. “El Gobierno del MAS ha recuperado la capacidad de cuidar la vida, donde los derechos de la Madre Tierra no solo son para Bolivia sino para el mundo”. Y el tiro de gracia de que “El Gobierno del MAS es el mejor Gobierno desde la fundación de la República”. ¿Mejor en qué? Este año, los silencios se oyeron más que los números y las palabras.

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