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9 de febrero de 2018, 4:00 AM
9 de febrero de 2018, 4:00 AM

Leer un libro impreso, es un disfrute que no tiene parangón. Porque el libro es una pasión en sí misma. Es una llama encendida que nos atrapa y nos conecta a mundos antagónicos, inimaginables y mágicos. En Yacuiba, mientras cursaba el último año de secundaria, en 1964, mi recordado profesor de literatura, Eduardo Plaza, me decía “Aunque usted no lo crea, los libros tienen alma por dentro y fuego por fuera. Su fuerza mística es tan poderosa y por eso nos subyuga y nos infunde conocimientos perdurables e imborrables”.


El gran escritor israelí Amos Oz dice que los libros tienen “ese maravilloso olor denso, olor a pastas de piel, papel amarillento y algo de moho, y un extraño aroma a algas, a añeja cola de encuadernar y a conocimiento puro, secretos y polvo.  En síntesis, son  una fuente de sabiduría”.


Nuestro irremplazable mentor Pedro Rivero Mercado, atesoraba en su selecta biblioteca valiosísimos incunables, de valor intrínseco, aclarando que el año 1.500 fue elegido como fecha final de la imprenta incunable por ser el final del siglo, no porque a partir de ese año la presentación del libro hubiera experimentado un gran cambio. “Está muy lejos aún el certificado de óbito al texto impreso. Porque los libros están vivos, su perfume, nuevos o viejos, tienen una extraña pizca de sensualidad, de erotismo, de un talismán poderoso.  Abrirlos, leerlos, releerlos, es siempre una aventura, una experiencia inefable. Un día cualquiera vuelves a la niñez y te tropiezas con don Quijote, Dickens o García Lorca”.


Los impresos favoritos cuentan la vida mejor que nosotros, hablan de nuestros sueños, esperanzas y frustraciones. Porque, en definitiva, un libro es pura pasión, fuego eterno que nos transforma en seres con alta sensibilidad y vocación humanista. Me dicen los escépticos de siempre que los jóvenes ya no leen libros, que ahora compiten en la internet con denodado afán pragmático y con un futuro incierto. Y eso no es del todo cierto, porque aunque echan mano de las herramientas digitales, los libros con tapa dura o flexible y papel biblia y rústico nos seguirán endulzando los días y arrullando el alma y nuestra inteligencia.   

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