Opinión

Los cuadros que cuentan de Ejti Stih

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18 de junio de 2018, 4:00 AM
18 de junio de 2018, 4:00 AM

Ejti Stih ha conseguido publicar un libro loco, una obra que se lee y que se mira, que se interpreta y se analiza y que se vuelve a leer y a observar como si estuviera colgado en una pared o plácidamente tendido entre las manos.

Cuentos y cuadros se llama el libro de Ejti Stih que ha lanzado al mundo en días pasados. El experimento consistió en invitar a escritores del país para que elijan uno de sus cuadros y escriban un cuento inspirado en la obra viva de esta escritora, que nació en Eslovenia y que Bolivia la conquistó como a una más de sus ciudadanas ilustres. 

“Mi mundo está compuesto por imágenes”, escribió Ejti a modo de presentación, y contó que cuando era niña y en el colegio tenía que recitar poemas de memoria, imaginaba las páginas del libro. Y siguió narrando: “Cuando camino por la calle pienso cómo convertir lo que veo en un cuadro. Hasta cuando charlo con alguien me pierdo entre las palabras al observar el reflejo de luz en la cara de esa persona. Si cierro los ojos cuando escucho música, veo imágenes en movimiento. No sé de qué materia está hecho mi cerebro, pero está limitado a las imágenes”.
Maravillosamente limitado a las imágenes. 

Ejti quiso saber cómo perciben las cosas otras personas y por eso envió 80 imágenes de cuadros a los escritores que había contactado como parte de este proyecto, para que elijan uno y escriban sobre él. Tras que vi las escaleras apoyadas en un muro sentí que había una comunicación con ese cuadro y que había que entrar en ese planeta misterioso y qué mejor manera de rendirle honor a esa obra de arte a través de las palabras.

Hubo algo que me llamó, una atracción sin explicaciones, una historia que sentí que había ahí, o varias. Una necesidad de expresarlo, de escribirlo. Una llamada necesaria. 

Sí, hacen falta muchas escaleras en este mundo, para saltar al otro lado de la vida, para retornar, para volver a partir, para desde la última pisada lanzarse en caída libre para que las palabras empiecen a hacer a su trabajo. Había tanto por decir, por ejemplo: “Las escaleras no llevan al cielo. Las escaleras están ahí, ahora solas, juntas como hermanitas, un coro de diez jubiladas olvidadas después de servir como manda la ley de Dios, o la del capitalismo. Están como madres que se quedaron con la pañoleta en la mano despidiendo al hijo que se fue en busca de trabajo, de un amor o de más alcohol o de otro tipo de libertad o de esclavitud. Ahí están esas señoras descansando, o llorando, o esperando con paciencia de monja de claustro a los que dijeron que se irán o quizá también estén aguardando a los que prometieron volver con su mejor sonrisa”.

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