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18 de julio de 2018, 4:00 AM
18 de julio de 2018, 4:00 AM

A pesar de que nos repetimos a nosotros mismos que tenemos una prioridad fundamental en la vida que va más allá de simplemente existir, no siempre nuestras decisiones y elecciones son consecuentes con esa aspiración. Los impulsos primarios son el condicionamiento básico de muchas de nuestras elecciones y acciones. Es por ello que controlar y encauzar los impulsos instintivos es tarea primaria en el desenvolvimiento espiritual. Es una labor constante a lo largo de toda la vida. En este tema, la educación en la casa tiene un papel fundamental. Permanecer alertas para que los impulsos primarios no nos señalen el sentido de la vida es despejar el camino a la conciencia, pero no es suficiente, hay otros condiciona- mientos con el que tenemos que vérnoslas.

El condicionamiento de nuestra temporalidad. Llamamos temporalidad a la cosmovisión dominante de la época que nace de las tendencias culturales emergentes, la reinterpretación colectiva de la historia y las nuevas lecturas de viejos mitos.

Nuestra temporalidad se consolida en la manera de pensar, que se construye basado en premisas que emergen del reordenamiento de valores, la fijación de nuevas prioridades, y las aspiraciones colectivas internalizadas como ideales. Se la construye a partir de un movimiento pendular que se desplaza hacia el extremo desvalorizado u olvidado de la anterior cosmovisión, en una danza perpetua de par de opuestos que busca equilibrio a través de la dialéctica, sin encontrarlo jamás. Son los nuevos paradigmas que crean prototipos que nos sirven de modelos. Los hippies, luego los yuppies, más tarde los new age, luego los millennials, y así cada generación creyendo y replicando su temporalidad como verdad universal.

Esta estructura epistemológica subyace a todo lo que pensamos y hacemos como impronta. Cambiamos los pensamientos, pero no nuestra manera de pensar que sigue siendo la misma, propia de la temporalidad que le dio origen. Se convierte en modo de ser y se autosostiene en la añoranza de la etapa de nuestra formación a la que asumimos como mejor. Está contenido en el aforismo popular de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Así como las prioridades primarias son inherentes al instinto de conservación, nuestra manera de pensar es inherente a nuestra temporalidad. Nuestro pasado personal es un ingrediente fundamental de nuestra temporalidad. La memoria emocional crea estructuras de pensamiento que se perpetúan en actitudes y conductas de las cuales es muy difícil desprenderse.

El condicionamiento de grupo. Este condicionamiento es producto de la configuración sicosociológica de grupo del que formamos parte. Nuestra raza, nacionalidad, nivel cultural, clase social, religión, profesión etc. Generalmente, el sesgo en nuestra observación de la realidad está impregnado de este condicionamiento, son nuestros prejuicios. La ideología forma parte del condicionamiento de grupo. Son los intereses grupales llevados al rango de bien general. 

¿Cómo desprendernos de estos condicionamientos? La meditación sistemática, con cualquier metodología, nos ayuda a pensar orientado al bien común, con valores, integridad y consecuencia. En el método de Cafh, la meditación es un ejercicio cerebro-espinal que nos ayuda a identificar nuestra manera de pensar para entenderla y paulatinamente desprenderla de los condicionamientos que la preconfiguran. Con la meditación avivamos la imaginación creadora como disparadora de empatía, clarificamos y orientamos las sensaciones hacia los valores, despertamos la voluntad de amar más y mejor y comprendemos una realidad más amplia que nos lleva fuera del pensamiento masa, egocéntrico y superficial. 

Aprender a meditar y hacerlo metódicamente, es la forma de hacer de nuestra manera de pensar un poderoso instrumento de liberación.

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