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22 de febrero de 2018, 4:00 AM
22 de febrero de 2018, 4:00 AM

Nunca como ahora los bolivianos sentimos el peso del atraso; transcurren los años y en cada uno de ellos tenemos que lamentar las funestas consecuencias de los 'desastres naturales', esos que nos parecen triviales en épocas normales y que alcanzan una dimensión dramática cuando nos afectan. El vértigo de la ilusión de vida moderna nos ha envuelto, el afán de construir como y donde sea nos nublan la razón para pensar en cómo depredamos nuestro presente y futuro. 

Pero la naturaleza se cobra, un tiempo es sequía, incendios y fuertes vendavales y otro lluvias, grandes riadas e inundaciones arrastrando vidas y bienes a su paso y ahora hasta pueblos enteros, golpeándonos trágicamente en lo que debimos y no debimos hacer.

No obstante, esta irracionalidad individual y demencia colectiva, debieran tener los límites del bien mayor con las normas, controles y obras de infraestructura, que están obligados a poner quienes en nuestra representación ejercen los gobiernos, para prevenir los desastres.

Hace ya mucho tiempo que esto no está ocurriendo, los permisos y licencias para sobrepasar criminalmente lo permitido se los ha monetizado, los poderosos los pueden comprar a los funcionarios de las oficinas públicas encargadas; los gobernantes, en campaña electoral permanente, optan por las obras monumentales que se vean, que dejen su huella en la conciencia ciudadana como signo de ‘progreso’, para que se vote por ellos la próxima  de las innumerables elecciones que tenemos, aunque esas obras no sirvan para nada por innecesarias o por mal hechas.

Vivimos copiando lo malo pero no lo bueno de otros países que están más adelantados. No se copian las represas y canales para regular el acopio y uso del agua, ni la infraestructura contra el fuego y el viento, menos el alto enérgico y rotundo a la deforestación indiscriminada, a la erosión de las riberas de nuestros ríos, tampoco en suprimir la contaminación alimenticia de la basura y desechos humanos que corren por los ríos y riachuelos o se subsumen en el suelo ni en las corrientes subterráneas y superficiales que corroen la tierra.

Lejos de nuestro ánimo está buscar uno o varios culpables, porque culpables somos todos bajo la condena de los delitos por comisión y por omisión, porque hemos devaluado y banalizado nuestras exigencias y demandas, dejamos pasar con pasmosa indiferencia la deshonestidad y la corrupción en nuestras instituciones, tanto como la abulia, la negligencia y la irresponsabilidad culposa de nuestros gobernantes.

Si todos sabemos de las épocas de sequía, de lluvia y de vientos, cómo es posible que en el transcurso del tiempo, en la era de la información global, del auge tecnológico, no hubiéramos podido avanzar en la prevención de los problemas emergentes? Estamos condenados a seguir siendo premeditadamente inducidos a sufrir en silencio, que tantas familias vean cómo los desastres se llevan consigo la vida y sacrificio de padres, hermanos o hijos y en el menos grave de los casos, cómo pierden sus casitas y sus pocos bienes?     

Basta ya, señores gobernantes. Basta de entretenernos y entretenerse en sus actos de circo y absurdas confrontaciones, basta de sus corporativismos militantes que nos dividen y nos dañan, basta de malgastar nuestros recursos en obras irracionales y campañas estúpidas. Nuestro país ya no da para la expoliación política.

Bolivia no necesita gobiernos y gobernantes sin la disposición de cumplir con seriedad y solvencia sus deberes, necesita acabar con la ‘patrimonialización’ del estado y sus instituciones, necesita el lugar para hombres y mujeres sin traumas ni lastres del pasado, dispuestos a trabajar por su país hacia el mañana.   

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