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9 de febrero de 2019, 4:00 AM
9 de febrero de 2019, 4:00 AM

Fake news es un nombre atractivo, como su contenido: noticias falsas. Se trata de mensajes por lo general alarmistas o poseedores de ‘información privilegiada que, supuestamente, alguien trata de ocultar.

Titulares del tipo: “Que no te engañen”, “Lo que no quieren que sepas” y otros, que logran enganchar al público con facilidad, son muy comunes en la difusión de las llamadas fake news.

Muchos dan vueltas por el mundo gracias a las redes sociales, y es común encontrárselos con ciertas adaptaciones geográficas y culturales, de cuando en cuando; igual que es frecuente que el mismo mensaje llegue a la misma persona tantas veces como grupos de whatsapp posee. Sí, la viralidad es otra de sus características.

Y es que en este mundo de prosumidores (cada persona es, a la vez, productor y consumidor de contenidos), todos quieren ser los primeros en compartir la ‘noticia’; quieren ser el ‘buen tipo’ que advirtió sobre un medicamento adulterado que se vende en el país, sobre el arroz plástico que se consume sin saber de su condición, o que el segundo aguinaldo será revertido.

Sucede que falta algo primordial, algo que los periodistas practican en su trabajo cotidiano: verificación y contrastación de fuentes. ¿Quién es la persona, institución o empresa que da a conocer esos contenidos?; es ¿real, ficticia o anónima? Es un rumor, ¿fundado o infundado?, ¿ha habido casos similares en otros países? ¿Hay alguna persona (autoridad, profesional o experto), institución o empresa que pueda confirmar o negar esos datos? Es necesario averiguar cuál es la finalidad de difundir esa ‘información’, a qué intereses responde, a quiénes perjudica y a quiénes beneficia.

Esta es parte de la labor periodística y los criterios que se siguen antes de publicar una noticia, información que -idealmente- debe estar al servicio del bien común, debe contribuir a la paz social y a generar una sociedad armónica.

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