Opinión

Las regalías de Incahuasi

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5 de abril de 2018, 4:00 AM
5 de abril de 2018, 4:00 AM

La economía nacional de hoy es diferente a las anteriores. En una gestión pudimos ser más dependientes de las decisiones de EEUU, en otra menos. En alguna se vivió en bonanza y en muchas se pasaron pobrezas. Fue diversa, pero en todas ellas siempre se intentó mantener un sistema técnicamente ordenado de administración. Con más o menos acierto se planificaba y se intentaba distribuir lo que había entre las inmensas necesidades que esperaban atención. Ahora da la impresión de que la principal característica de nuestra economía nacional es que el dinero se maneja como el botín de un asalto callejero. La decisión del jefe del grupo suple racionalidades y planificaciones.

En los mensajes presidenciales nos abruman con listados de obras desproporcionadas o de las más impensadas industrias, regadas a capricho por el mapa de la patria. Nos cuentan que el presidente permanentemente entrega obras municipales o regionales que realiza por encima de alcaldes y gobernadores. El presidente se reserva la tajada del león del presupuesto para disponer a su arbitrio de los recursos públicos. Son sus regalos, sus favores personales. Mientras tanto, en el sistema judicial no hay ni la mitad de los jueces que se necesitan.

En el servicio de salud la planilla no alcanza a la décima parte del personal necesario. Dos muestras de cómo están todas las reparticiones del Estado, incapaces de cumplir las funciones que les corresponden, incapaces de atender las necesidades más urgentes. No hay dinero para nada, pero el presidente dispone sin límite ni control de los recursos conocidos y desconocidos.

En este sistema, las regalías eran un quebradero de cabeza. Autoridades departamentales tenían capacidad de planificar e invertir montos que escapaban de la generosa arbitrariedad presidencial. Era urgente tomar medidas para reencauzarlas en bien de la revolución personalista del MAS. En Sucre no fue difícil conquistar la Gobernación. En Tarija el golpe de Estado fue cosa de rutina. Solo Santa Cruz se resistía. Decenas de juicios al gobernador quedaron empantanados y fueron inútiles para desbancar a la rebelde autoridad.

La solución la trajeron unos raterillos callejeros. Dirigentes chuquisaqueños, que ya habían conseguido tajada de las regalías chapacas, armaron un nuevo escándalo. No tenían razones, pero esperaban la bulla para dar un mordisco a los recursos de Santa Cruz. La primera reacción de todos fue descalificarlos, hasta que en las altas esferas de palacio se dieron cuenta de que les traían en bandeja el arma ideal para dar el golpe de gracia a Santa Cruz y a sus autoridades. Tenían la llave para asfixiar al gobierno cruceño y para desbaratar los brillos que pudieran quedar de su gestión. La idea se convirtió en emergencia naranja cuando el gobernador apareció como peligroso rival electoral del presidente. El gobierno central, con sus jueces bajo la manga, decidió confiscar a Santa Cruz sus regalías. Así quieren matar tres pájaros con un solo tiro.

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