Opinión

Las herencias de Evo

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13 de noviembre de 2018, 4:00 AM
13 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Después de mucho tiempo, el proceso electoral prematuramente acelerado por el régimen de Morales ha despertado una inusitada participación ciudadana. Posiblemente, la certera percepción de que esta vez se le puede ganar al MAS, y el ingreso a las arenas políticas de nuevas generaciones agrupadas en estructuras desconocidas en la lógica política tradicional, ha creado un escenario que no lo tenían previsto las fuerzas del oficialismo. Trece años de silencio político bajo la pesada artillería mediática del MAS se fueron –con sus miles de millones incluidos– al mismo tacho de basura en el que ya reposan ingentes cantidades de dinero despilfarrado y miles de expedientes por corrupción.

La situación, empero, parece diseñar escenarios conflictivos. Si el actual presidente se impone contra viento y marea, las tensiones que genere un régimen ilegal e ilegítimo se expresarán de forma más radical. La posibilidad de defender un gobierno ‘chuto’ –en la lógica oficialista– no pasa por mecanismos jurídicos, democráticos o basados en el diálogo. Con un eventual gobierno impuesto de forma tan irregular y fraudulenta como el que podría darle a Morales el poder de forma indefinida, solo se generarán respuestas al margen del ordenamiento institucional, que, de paso, hace mucho que es botín del MAS. Las disputas se resolverán en las calles.

En la otra ribera, un gobierno elegido por el voto soberano en favor del candidato que más caudal acumuló en contra del régimen masista tendrá que lidiar con una gobernabilidad enormemente precaria, en tanto y en cuanto la corporación y las minorías afectivas que maneja el MAS en la actualidad intentarán hacer imposible un manejo apropiado del país, y lo más probable es que estas contradicciones también se resuelvan en las calles.

El balance final de estos escenarios deja claro que el producto final que heredamos del Gobierno de Evo Morales y sus acólitos deja a las nuevas generaciones un país en estado de guerra perpetua, dividido, polarizado, de economía en caída y de tensiones raciales azuzadas desde la Vicepresidencia como nunca antes se habían producido, lo que sugiere que la reconstrucción de la democracia boliviana (al menos en sus momentos clave) se escribirá con sangre.

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