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7 de noviembre de 2017, 4:00 AM
7 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Aprender a vivir con la realidad tiene sus retos. En Bolivia nos está costando reconocer una matriz urbana que ya define nuestra vida cotidiana, pero que no estamos aceptando todavía.

Vivir en ciudad significa una demanda de servicios de manera articulada. La población exige cada vez más respuestas orgánicas en materia de transporte, provisión de salud, educación, cultura, espacios públicos, seguridad ciudadana… se les está complicando cada vez más a las autoridades municipales el cumplir sus responsabilidades porque ya no hay espacio para la improvisación.

Los colectivos sociales, ligados en gran medida a grupos millenials, hacen suyas a través de organizaciones temáticas la defensa de la vida, de lucha contra la violencia, del ambiente, de los animales, el uso de la bicicleta y las prácticas deportivas, la participación ciudadana. Cada una de estas tareas va más allá de las actividades obligatorias de la población y despiertan grandes compromisos y movilización colectiva.

Cada una de estas actividades libres y voluntarias son la expresión de una voluntad que los habitantes de la ciudad están descubriendo como parte de su propio desarrollo. Gana la solidaridad y la calidad de vida.

Simultáneamente a estas acciones, se está desarrollando una nueva categoría ligada directamente a la vida en la ciudad, el ocio productivo. ¿Cómo utilizo mi tiempo libre, qué oportunidades me da mi ciudad para ocuparlo, cómo se articulan para facilitar accesos…?
La oferta pública que exista en esta materia demostrará el nivel del desarrollo urbano y la calidad de vida de quienes vivimos en ella. Festivales, concursos, clases abiertas, jornadas recreativas que se ofrezcan como derecho y opción libre ayudará a complementar la existencia de los otros servicios públicos.

El ocio productivo está dejando de ser una gentileza de las autoridades o una posibilidad construida desde la sociedad civil. Debe ser una posibilidad y un derecho que la gente tenga a su favor. Las ciudades aportan su población para que el territorio se convierta en un espacio de creación y construcción espiritual y cultural.

La existencia de una agenda permanente, articulada y continua demostrará que el compromiso es asumido como parte de la vida cotidiana y adquirirá la calidad de práctica habitual, necesaria hasta llegar a constituirse en oferta obligatoria.

El día que tengamos una lista de juegos florales en todo el país, carreras pedestres orgánicas en sus diferentes niveles de resistencia, conciertos de música en plazas públicas, apropiación de espacios urbanos para las artes plásticas, concursos de oratoria e innovación, circuitos de bibliotecas y museos…, ese día estaremos reconociendo la importancia de la gente.

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