El Deber logo
17 de diciembre de 2017, 4:00 AM
17 de diciembre de 2017, 4:00 AM

Dejando de lado la mala película que es, Las 50 sombras de Grey garabatea sin querer y de manera bien lograda (eso sí…) diferentes dimensiones del poder, cuyo ejercicio reduce a la mínima expresión a quien se somete o es sometido. En la película, Christian termina seduciendo a Anastasia y la introduce en una relación masoquista en la que él es el ‘amo’ y ella la ‘sumisa’. 

Por supuesto, el amo exuda en toda la historia: control, define las reglas, es intimidante, muy posesivo y juega con las cartas que lo benefician solo a él. El amo se extasía también, con el poder endosado en un supuesto imperio económico que le permite un juego de cintura casi ilimitado para manipular y desplegar una capacidad de seducción, como los cantos de sirenas que embaucaron a Odiseo, los consejos corruptos del Oráculo de Delfos a Leónidas o la casita de dulces hecha por la bruja para atrapar a Hansel y Gretel aprovechándose de su desdichada vida. 

En la película, es evidente también que el poder se magnifica y crece según Anastasia lo permite y es funcional a él, en medio de un juego de sentimientos contrapuestos donde la confusión, la timidez, la permisividad y el amor ciego terminan generando la tormenta perfecta para la evolución del poder encarnado en Christian.

¿No es este juego de poder un tanto familiar en distintos ámbitos de la cultura humana? ¿No es el poder al final una herramienta de manipulación y sometimiento muy conocida y usada desde tiempos bíblicos? Sea como una herramienta de la implantación de ideologías, juegos políticos, religiones, emporios banqueros, esposos posesivos, profesores sobre estudiantes, jefes sobre funcionarios, etc. y cualquier situación en la que se asuma tener control y decisión sobre otro, termina de una u otra forma dibujando una de las miles de sombras del poder.

No cabe duda que en este juego, los símbolos e íconos son accesorios y ‘adornos’ importantes en la evolución del poder. En la película, cuando Anastasia llega por primera vez al edificio de las empresas Grey queda embelesada ante tan colosal construcción, emergiendo la analogía de la gran torre del poder ante una figura humana minimizada por la relación de tamaño y economía. Este juego sicológico, tiene efecto en la insegura y tímida Anastasia, que luego de ser anunciada deberá ser conducida hasta quien ostenta el poder sentado en su trono. Al percatarse de la actitud sumisa y tímida de Anastasia, las garras de Christian ‘el amo’ se despliegan, en el deseo de ejercer el poder, que la propia Anastasia ‘la sumisa’ le concede sin darse cuenta. 

Tradicionalmente, los íconos del poder han sido castillos, pirámides, o, más recientemente, edificios, mansiones, cargos, denominaciones religiosas, dinero, títulos, etc. Dada esta etapa moderna de rupturas, empujadas por un segundo Big-Bang creativo y tecnológico, la mente humana debe reinventar y redirigir esta idealización histórica por propia decisión. A propósito, en el tramo final de la película, Anastasia se da cuenta del oscuro ser que es Christian y despierta de su amor ciego confrontándolo, y ante un nuevo intento de seducción, Anastasia se aleja y le responde con un rotundo “¡no!” e instantáneamente Christian siente que su poder se desvanece.  

Tags