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24 de junio de 2019, 4:00 AM
24 de junio de 2019, 4:00 AM

No hemos cerrado aún el primer semestre del año y ya tenemos registrados 60 feminicidios en el país. Según datos proporcionados por Gabriela Reyes, directora del Observatorio Boliviano de Seguridad Ciudadana y Drogas, desde la aprobación de la Ley 348 en el 2013 suman un total de 615 feminicidios. Si queremos cambiar estos escandalosos números, es fundamental reconocer a la violencia como un patrimonio de la masculinidad, que no es otra cosa que la forma patriarcal en que a los hombres les enseñan a ser hombres.

En 2003, Rita Segato escribió el libro Las estructuras elementales de violencia, exponiendo ideas para comprender las violencias machistas en base a estudios con presos en Brasilia; en 2004 fue invitada a Ciudad Juárez para interpretar los crímenes contra las mujeres y también fue parte importante del peritaje que llevó al juicio histórico en Guatemala donde se condenaron por primera vez como crímenes de Estado, crímenes de género cometidos durante el periodo de la guerra represiva. Segato teoriza sobre la pedagogía de la crueldad, que es masculina y deshumaniza al cuerpo de las mujeres al darle calidad de cosa que se consume y se usa. Aunque quizá una de las acepciones que más nos competen ahora, es el análisis de la fratría masculina. Rita dice que la violencia machista no es de orden sexual, sino exhibicionista, para la mirada y aprobación de otros varones. Hay un mandato masculino y una cualidad enunciativa: violentan para hacerse miembros de la fratría.

La socialización de la violencia es un rito reservado para los hombres; esto entre muchas otras cosas también es una desventaja para las mujeres. Los hombres son compensados por la sociedad cuando son más fuertes, dominantes agresivos y competitivos, y por otro lado son castigados cuando muestran características “femeninas” como la debilidad, la obediencia o la ternura. Mientras que las mujeres tienden a “masculinizarse” en sus formas y actitudes cuando quieren ejercer violencia o poder.

Cuando nos referimos al patriarcado como un sistema estructural y transversal, lo que decimos es que nada ni nadie escapa a esta formación. La violencia contra las mujeres comienza con pensamientos y razonamientos que se pueden traducir en cosas, aparentemente inofensivas, como memes y chistes, pasando por la violencia psicológica, a los golpeas y las violaciones, para finalmente llegar al feminicidio.

Todo está interconectado, todo forma parte de un solo problema. El hombre que humilla, golpea, mata o viola a una mujer, lo hace porque le enseñaron que puede y que ese otro cuerpo es suyo para hacer lo que desee con él.

Ante los hechos, el fiscal general Juan Lanchipa considera que se deben buscar los orígenes de la problemática de la violencia contra las mujeres. Pues bien, una vez lleguemos a asumir estos orígenes sistemáticos, moralizadores, de consumo y enunciativos en la masculinidad podremos continuar con la comprensión de que la legislación y el aparato Estatal son muy importantes en esta figura de lucha.

Si bien ya tenemos la Ley 348 (que debe ser revisada constantemente) y otras instancias como el Servicio Plurinacional de la Mujer, para ponerle un alto a esta cruel violencia machista, necesitamos también legalizar el aborto con carácter de urgencia, para que lo que se juega en el ámbito de lo simbólico del feminismo, es decir, el afán de devolver a las mujeres la propiedad de sus cuerpos, pase al campo de lo legal y por ende a la pedagogía oficial.

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