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14 de junio de 2018, 4:00 AM
14 de junio de 2018, 4:00 AM

¿Es posible cerrar ojos y oídos ante la violencia? No podemos hacerlo, so pena de complicidad colectiva culposa. La violencia contra la ciudadanía está presente en sus diversas y grotescas formas:

Es el uso de proyectiles letales enmascarados en canicas contra jóvenes desarmados, pretendiendo evadir la gravedad de un delito. Son los asesinatos en vía pública a plena luz del día, subestimados en un manido 'ajuste de cuentas', que encubre al narcotráfico que nos ronda y avanza.

Es la siniestra realidad que salta los muros de las cárceles como Palmasola, donde reos con sentencias cumplidas siguen presos, anónimos y abandonados, donde reina la detención preventiva indefinida de una población hacinada sin clasificación diferenciada, sometida al incontrolable poder interno y la negligencia funcionaria.

Son los bloqueos de calles y avenidas por gremios empoderados, lustro tras  lustro, por el  cálculo político que tritura el derecho fundamental del libre tránsito ciudadano.

Es el tremendo espectáculo de niños y adolescentes en semáforos y rotondas que buscando unas monedas para pan, terminan consumiendo clefa, y otros estupefacientes, quienes solo reciben de las instituciones consignas como ‘tu dinero me mantiene en la calle’ y batidas periódicas
inútiles porque no hay a dónde llevarlos y menos curarlos.
Es la condena al ciudadano enfermo en las puertas de hospitales con seguro social o no, para recabar una ficha de atención médica que no lo será, al carecer de recursos para solventar exámenes y medicamentos siempre faltantes en los centros desmantelados.

Pareciera que hubiéramos avanzado en la ‘administración de cerca’ con los gobiernos departamentales y locales, pero por sobre la hipernormatividad y los índices macroeconómicos profusamente propalados, se impone el tenaz y tozudo recentralismo confiscador, y una realidad que nos sigue gritando pobreza, necesidad y abandono.

Si miramos detenidamente las causas estructurales, constatamos que estos grandes problemas tienen denominadores más o menos comunes, que se pueden resumir en la ausencia de autoridad, el proselitismo permanente y la impunidad.

El 'así nomás es', no es la solución, la impotencia nutrida de indiferencia y pasividad ni la sordera soberbia del poder nos encaminan hacia buen puerto. Basten dolorosos ejemplos en países latinoamericanos para darnos cuenta de que debemos decidirnos a parar estas diversas formas de violencia ahora, porque mañana será demasiado tarde.   

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