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30 de noviembre de 2018, 4:00 AM
30 de noviembre de 2018, 4:00 AM

“Nunca pensé que llevarle una maleta con comida a mi viejito le provocaría la muerte”, solloza una hija, artista, de tendencia comunista. Casada con colombiano, se quedó al otro lado de la frontera, aún después del divorcio. Aterrada ante las noticias de la hambruna de su familia en su patria de origen, comenzó los trámites para conseguir que sus familiares vivan con ella en Bogotá. Como muchas personas que precisan documentos, sellos y firmas en las embajadas o consulados venezolanos, encontró filas interminables, burocracias agresivas, esperas.

Tuvo la idea de comprar los alimentos más necesarios, empacarlos en una maleta y llevarlos a su padre anciano, desnutrido. Alguien supo del precioso cargamento. Cuando ella regresó después de más y más gestiones, encontró a su padre asesinado; la comida había desaparecido. También habían saqueado los pocos dólares escondidos en una lata, como en épocas de guerras fratricidas.

El cadáver estaba en la morgue, cuando intentó investigar qué podía haber pasado, cuando intentó denunciar el crimen, fue prontamente advertida. Mejor guardar silencio. Al día siguiente, el cuerpo tampoco estaba. La nada. La náusea.

“No conseguí antibióticos para mi esposo en todo Caracas. Un simple resfrío se transformó en pulmonía”, comenta una venezolana de origen boliviano que llegó al país a empezar de nuevo. Dos profesionales adultos, casi mayores, que contemplaron cómo sus ahorros se esfumaron.

Un joven consiguió vender su carro y sus bienes para pagar dos pasajes de adultos y dos pasajes de menores. Encontró un largo trancón por la falta de combustible y tardó más horas de las planeadas en llegar a la agencia de viajes. Ya el dinero no alcanzaba, la inflación se había comido un pasaje y medio en menos de 24 horas.

Bolivianos que fueron acogidos por venezolanos en los años setenta abren hoy sus casas a los exiliados del régimen chavista, a los hambrientos del Socialismo Siglo XXI.

Aún son pocos los que llegan a La Paz, a Oruro, a Cochabamba, algo más a Santa Cruz y a Tarija. Dicen que en su país todavía hay la idea de que Bolivia es poco desarrollada y además que el régimen de Evo Morales copia las recetas de Nicolás Maduro.

Como en toda guerra, en el otro extremo hay decenas de venezolanos enriquecidos con el hambre de la mayoría. Muchos empresarios viven ahora entre Miami y Madrid, luciendo lujos y patrocinando fiestas que envidiaría la realeza europea.

En los aeropuertos y en las fronteras del continente se viven tensas situaciones. Recuerdan las presiones en las épocas de las dictaduras. La diáspora venezolana, unida a los desplazamientos colectivos de los centroamericanos, ha transformado en pocos meses el estilo de viajar por la patria que soñó Simón Bolívar.

En las oficinas de migración, cualquier turista debe esperar largos minutos -a veces horas- y contestar infinidad de preguntas. Adiós integración latinoamericana. El rechazo al forastero es evidente. ¿Dónde terminará esta historia?

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