Opinión

La revolución de la esperanza

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17 de diciembre de 2017, 6:59 AM
17 de diciembre de 2017, 6:59 AM

"La revolución mexicana nos hizo salir de nosotros mismos y nos puso frente a la historia, planteándonos la necesidad de inventar nuestro futuro y nuestras instituciones. La revolución mexicana ha muerto sin resolver nuestras contradicciones" Octavio Paz.

Las revoluciones encarnan un potente y legítimo deseo de cambio y su motor principal es la necesidad de llevarlo adelante. Las banderas que alzan son causas nobles (eliminar la pobreza, la injusticia, la corrupción, etc.), deseadas por todos los ciudadanos, sea cual sea su color político. Por eso, las revoluciones cuentan con una amplia diversidad de soldados y seguidores que hacen de éstas caldo de cultivo para la desorganización, el caos y, finalmente, convertirse en botín de un puñado de oportunistas, que usan las buenas intenciones de la gente para el beneficio propio. 

El actual Gobierno nacional fue el que mejor capitalizó el profundo deseo de cambio que existía en la sociedad boliviana. La inclusión de minorías, la reducción de la pobreza, la lucha contra la corrupción, la descentralización de los recursos, son solo algunos de los grandes temas que tenían encomendados por una inédita y amplia mayoría que los eligió el 2005, 2009 y 2014. 

Pasaron 12 años y nos encontramos con que varias de esas luchas están empolvadas en retórica, comisiones, ministerios y cumbres inútiles. El tiempo no perdona y la gente empieza a sentir el desengaño. La revolución que lideraron los puso frente a nuestra historia con una oportunidad inigualable de replantear para bien nuestras instituciones. Sin embargo, se están muriendo, se están apagando, sin haber logrado grandes cosas y embarrando lo que deberían dejar como logros ponderables.

El capricho de ignorar el mandato del referéndum del 21-F ha despertado la ira y la frustración dormida en gente de todos los rincones del país, que se ha manifestado con rebeldía mediante el voto nulo en las elecciones judiciales del domingo pasado. Los revolucionarios han pasado a ser conservadores y defensores acérrimos de privilegios que ningún ciudadano debe gozar en una sociedad con instituciones sanas. 

La gente, por suerte, ha entendido que no hay tiempo para lamentos y de manera ejemplar, sin respaldo institucional, se agrupa pacíficamente para hacerse escuchar: jóvenes, no tan jóvenes, mujeres, no quieren renunciar a la utopía y tienen toda la razón, no deben hacerlo. Usan las redes sociales, debaten, se informan. Hay de todo. Cada quien con sus sueños y sus ideales, generando los ingredientes que se necesitan para dar lugar a nuevos liderazgos y, una vez más, aquella revolución que prometerá curar todos nuestros males. 

Con tal de que aparezcan nuevos actores y nuestras instituciones se vean obligadas a reformularse para asimilar a estos revolucionarios propagadores de esperanza, todo, absolutamente todo, habrá valido la pena.

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