Opinión

La peste de las castas dictatoriales

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10 de diciembre de 2017, 9:58 AM
10 de diciembre de 2017, 9:58 AM

Lo que parecía ser solo una amenaza aislada, aunque de impacto nacional, está a punto de convertirse en una declarada peste de graves repercusiones en el país: la irrupción de dictadores y dictadorzuelos ansiosos por salir de sus caparazones para ejercer sin reparos. Se podría decir que están dadas las condiciones para ello, sobre todo después del fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que cede al capricho de la cúpula del MAS, de forzar una nueva candidatura presidencial de Morales Ayma. Calificado de aberración jurídica, el fallo no solo es una prueba más de la subordinación del TCP al Gobierno; también es un arma que apunta a matar la vigencia de garantías constitucionales para todos y por igual. 

No es necesario un tratado jurídico ni ahondar en interpretaciones del fallo para percibir que a partir de ahora, y más que antes, los bolivianos estamos a expensas del capricho de una cúpula gobernante decidida a todo para sostenerse en el poder. Que quede claro: no se trata del ideal de un partido político, sino de la ambición de una cúpula. Si fuera por el partido, sus dirigentes jamás hubieran tenido que violar la CPE. Hubiera bastado postular a otro compañero del partido, y punto. Pero no, no se trata del MAS, se trata de Morales y su círculo inmediato, a los que ya no les preocupa quedar en evidencia. El descaro es su marca registrada, la que exhiben dentro y fuera del país.

Una actuación descarada que ha obligado a muchos otros a dejar de lado consideraciones de todo tipo y a despojarse de miedos para comenzar a llamar por su nombre a lo que se está viviendo en Bolivia: una transición a pasos agigantados de una vida en democracia, a otra en dictadura. O si prefieren, el reemplazo de un gobierno en manos de demócratas, a otro regido por una casta dictatorial. ¿De qué otra forma se podrá llamar a quienes luego de haber sido elegidos democráticamente, deciden cambiar las reglas del juego, torcer las leyes y hasta la Constitución, desconocer la voluntad soberana expresada en las urnas y vulnerar lo que restaba de independencia de poderes?

Hay abundante bibliografía que ayuda a describir a un dictador. En resumen, estos son los rasgos más comunes: “el dictador establece las leyes a su antojo; cambia las existentes para ajustarlas a sus ambiciones o necesidades que él cree correctas para su país; elimina la división de poderes, para que todas las decisiones recaigan en él; decide lo que se permite y lo prohibido en el aspecto cultural; se apoya firmemente en un ejército, que a su vez es controlado por sus elegidos o leales para evitar un golpe de Estado; mantiene el poder a través del miedo y la represión; e ignora las verdaderas necesidades del pueblo”. Haga un ejercicio para ver cuántos rasgos están presentes en quienes nos gobiernan.

Pero esto no basta para explicar lo que está pasando hoy en Bolivia. Hay otras preguntas obligadas para comprender mejor esta realidad, y que merecen respuestas urgentes. Por ejemplo, ¿cómo es posible que transitemos de la democracia hacia la dictadura en plena vigencia de un sistema que no ha tenido una ruptura violenta como la provocada por los golpes militares de antaño? La respuesta parece estar, entre otras posibles explicaciones, en la vigencia de más de una casta de dictadores en Bolivia. Castas repartidas entre otros niveles de Gobierno, y también entre sectores de la sociedad dominados desde hace años por dictadores que operan entre las sombras, con o sin capuchas, implacables a su modo.

Sí, dictadores de y en la sociedad civil, porque es necesario saber que ‘estar al mando de un país no es requisito indispensable para tener las características que hacen de alguien un dictador’. La casta dictatorial puede reinar desde el poder político y público, o desde el poder económico y privado. Ambas tienen los mismos rasgos: adoran el control total, odian la crítica, desprecian a la disidencia, son corruptos y no temen a la justicia (porque siempre la doblegan a sus intereses), lo que les permite sentirse impunes y asestar los golpes que les vengan en gana. No pocas veces convergen en un punto e interés común, como parece estar sucediendo ahora en Bolivia. Gravísimo, porque si una casta dictatorial ya provoca tanto daño, imagínese dos o más de ellas actuando juntas.

Un daño que solo puede ser evitado y revertido desde una sociedad consciente, militante en la defensa de sus derechos y libertades, capaz de rebelarse contra cada una y todas las castas dictatoriales. Se puede, pero es una pelea no apta para tibios y cínicos.

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