La larga noche de los museos

Las calles de Santa Cruz se poblaron en una fría noche invernal, cosa que por lo general no se ve con frecuencia en estas épocas del año. A los ciudadanos, curiosamente ataviados con mucha más ropa de lo normal, los convocó  la cultura, y por una noche, larga y enigmática, el arte, las letras, la música la danza y la más variadas formas de la creatividad humana se adueñaron de la ciudad.

Se trata sin duda de un evento que, aunque no genera grandes titulares en la prensa escrita ni entrevistas en profundidad en las pantallas televisivas, se encuentra enraizado en la cultura local y hace parte de este renacimiento cruceño que, a las claras, prevé una dinámica intensa y de talla mayor. El arte y la cultura en general empiezan a instalarse en la sociedad cruceña por encima de sus atávicas modalidades asociativas. 

No reconoce grupos de poder ni logias ni cofradías y, en consecuencia, emerge como una transversal de la modernidad cruceña, una modernidad diversa, polifacética, democrática e inscrita en su avasallador desarrollo. Esto explica quizás su inusitado éxito a pesar del crudo invierno.

Como pocas veces, organizaciones privadas, como Kiosko o el CBA, y públicas, como el Museo Nacional de Arte y otras, concentraron la atención de una sociedad que tradicionalmente se ha declarado indiferente a las abstracciones y sofisticaciones de una cultura que trascendiera los localismos costumbristas. De pronto, los ciudadanos asimilan por la vía del arte, la literatura, la música y la danza una visión universal propia del Occidente moderno. La larga noche de los museos pone en evidencia la victoriosa vigencia de una modernidad camba que va más allá del toborochi, el trapiche y el sombrero de saó.

Felicidades a sus gestores y a todos los que la hicieron posible, es sin duda uno de los momentos en que podemos ver el poder transformador de sus artistas, de sus escritores e intelectuales, y también el potencial que los acompaña de frente al futuro.