Opinión

La hoguera de Tom Wolfe

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22 de mayo de 2018, 4:00 AM
22 de mayo de 2018, 4:00 AM

Tom Wolfe caminó por los escenarios de la vida para narrar al mundo los cambios y los sufrimientos, las glorias y las vanidades que estaba padeciendo la sociedad de Estados Unidos cuando él sabía que lo suyo era escribir como Dios manda. Lo hizo porque se sentía huérfano, sentado en la hoguera donde se consume el fuego sin que exista alguien que le cuente, como él deseaba, las historias que estaban ocurriendo cada día y durante las madrugadas. Entonces decidió que la mejor forma de solucionar ese gran problema era agarrando al toro por las astas, mandarse a mudar por los pasillos de la vida misma, entrar en las casas de las personas, escucharlas hasta que se cansen y después tomar la pluma y contarlo todo y contarlo bien. 

Y contarlo con los brazos y las manos y las piernas y todos los sentidos de la literatura. Los años pasaron y mucho antes de que Tom Wolfe se haga viejo ya era considerado el padre del Nuevo Periodismo. El Nuevo periodismo, una suma de las artes concentrado en un producto: una crónica que galopa por los campos verdes de la existencia, un corazón latiendo en el pecho de algún héroe anónimo o en el de un derrotado por la brutalidad del destino. Un Tom Wolf que escribe rompiendo trancas y cruzando barrancas, dando saltos poéticos para que su trabajo deje la casa paterna de Richmond, Virginia; donde nació el 2 de marzo de 1931, para alzar otros vuelos que conquistaron el resto de la América y de otros mundos. 

No sé cuándo su literatura llegó a mis manos. Quizá fue en uno de mis viajes a Buenos Aires, donde las librerías respiran en la gran avenida Corrientes donde me metí sorprendido de que ese mundo era posible, o en mi primer periplo por Europa o en el México insurgente de otros escritores de cabecera. Cuando me di cuenta sus libros ya estaban en mi velador, conviviendo con otras obras que despertaban en las noches o antes de que despunte el día. 

El mismo día que murió Tom Wolfe, el 15 de mayo gris de este 2018, me preguntaron qué obra suya recomendaría para entrar en la mágica pluma de este hombre que ya no está pero a la vez sigue de pie: Nuevo periodismo, un título que en su primera parte el lector se encuentra con un provocativo texto sobre ese Nuevo Periodismo que  “arrebata el centro a la esterilizada y agonizante novela y se convierte en el género literario más rico de la época”. 

Y La hoguera de las vanidades. Claro que sí. Con ella hizo su entrada espléndida como novelista, dando vida a un asesor financiero de indiscutible éxito y cuya vida cambia desde “la noche en que se pierde por las calles del Bronx cuando llevaba a su amante del aeropuerto Kennedy a su nido de amor”. 

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