Opinión

La democracia y la Revolución de Colores

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16 de febrero de 2018, 20:30 PM
16 de febrero de 2018, 20:30 PM

La Lucha Estratégica No Violenta (LENV) ha sido el método predominantemente utilizado en Santa Cruz para expresar el descontento social. Se utiliza desde la campaña previa al referéndum del 21-F, pero, sobre todo, desde el fallo del Tribunal Constitucional del 28-N. Otro hubiera sido el escenario de las protestas y las represiones, si no se hubieran canalizado las energías en formas más inteligentes de manifestarse. Con estas tácticas se evitaron los errores del bloque autonómico, visibles el 2008 en tomas de instituciones y quema de documentos. Como método, la LENV es indudablemente infalible.

El riesgo está en que devenga en una Revolución de Colores, en el sentido que explica el filósofo boliviano Rafael Bautista: como una transferencia de legitimidad que dota un carácter democrático a la oposición más conservadora y reaccionaria, encubriendo intenciones de recuperación de privilegios sociales. Algunas referencias históricas de revoluciones de colores se encuentran en lo ocurrido en el territorio postsoviético, a fines del siglo anterior y comienzos del presente; o en el Magreb y en Oriente Medio, a partir de 2011.

El mayor responsable de esta transferencia de legitimidad es el mismo Gobierno nacional, al abandonar sus horizontes programáticos de lucha por los derechos indígenas y de la Pachamama, entre otras demandas históricas, y suplantarlos por una agenda extractivista y corporativa, que nos mantiene condenados como periferia global. Resulta que ahora, en su mayoría, quienes piden el respeto a la preeminencia de la decisión soberana de los referéndums y a la misma Constitución, son quienes votaron en contra de su aprobación; y quienes abogan por transgredirla -o al menos modificarla- son quienes lucharon por su vigencia.

Por otro lado, la reproducción del colonialismo se deja ver en la falta de avances estructurales en las tres principales contradicciones -entre la sociedad civil y la sociedad política- que componen la complejidad social boliviana: 1. las regiones y el Estado, 2. las clases sociales y el Estado y 3. los indígenas y el Estado. Tres conflictos aún irresueltos, que condenan a Bolivia al subdesarrollo.

La agenda programática de la última década no priorizó lo estructural y se limitó a atender caprichos sectoriales. Salvo los avances en reducción de la pobreza extrema y la desigualdad, muchas de las políticas públicas no siguieron una congruencia programática. Esto tiene que ver con la subordinación de la política al capital, que es parte del quehacer político cotidiano. Aquí encontramos la principal batalla para la recuperación de la democracia. Contra esta lógica mercantilista es que hay que luchar primero.

Bolivia pide a gritos una democracia que, en su materialización, no imponga lo igual y no excluya lo distinto. Todo lo contrario. La democratización de las relaciones sociales requiere la inclusión de las agendas: ecologistas, feministas, decoloniales, y cualquier otra que contribuya en la lucha contra las opresiones estructurales. El horizonte civilizatorio debemos construirlo entre todos, con un modelo de desarrollo que garantice la (calidad de) vida, no solo de los ciudadanos, sino de nuestro entorno.

Teniendo en cuenta lo expuesto, la LENV, acompañada de una comprensión amplia de la sociedad, seguirá siendo la herramienta de quienes creemos en una sociedad más justa y democrática, porque no cabe en nuestras cabezas la idea de usar la violencia para construir sociedad, es decir, de sanar nuestra democracia hurgándole la herida.

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