Opinión

La cultura de las armas en Estados Unidos

El Deber logo
4 de marzo de 2018, 4:00 AM
4 de marzo de 2018, 4:00 AM

El tema de las armas en Estados Unidos se ha vuelto dramático por las numerosas incidencias en las que desquiciados mentales o sicópatas se han dedicado a matar inocentes disparando desde hoteles, escuelas y otros lugares públicos, aprovechando la facilidad existente para adquirir armas en cualquier comercio especializado del ramo. Ante semejantes horrores -ya son casi cotidianos-, hay un hecho real de fondo: EEUU es un país de ‘cowboys’ y de pioneros hecho a punta de balas, en paralelo con el respeto interno a la ley. Aunque esa nación tiene una brillante Constitución democrática ya bicentenaria y que ha pasado todas las pruebas -incluida una cruenta guerra civil- el tema armas siempre ostentó prominencia. Es más, una enmienda constitucional manifiesta con claridad el derecho ciudadano de portarlas. Y el que porta armas tarde o temprano las usará. Así de simple. 

En los juegos infantiles entre niños estadounidenses predominan las armas; felizmente, tabletas y celulares están copando ahora mayores preferencias. Por otro lado, desde hace muchos años existen numerosas academias paramilitares que simultáneamente son unidades educativas. Estos centros de enseñanza forman parte del ROTC y del Jrotc. Los acrónimos significan ‘Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva’ y ‘Cuerpo Juvenil de Entrenamiento de Oficiales de Reserva’.  El objetivo de estas entidades es el formar juventudes para su servicio futuro en las ramas castrenses. Es más, cada fuerza  militar tiene sus propios ROTC, donde los estudiantes desde temprana edad aprenden a usar armamentos diversos. Los programas Jrotc y ROTC tienen su base en la Ley de Defensa Nacional de 1916. Hay, pues, auspicio oficial para que millones de jóvenes tengan experiencia directa con pistolas, revólveres, ametralladoras y demás parafernalia. El culpable de matar 17 estudiantes en una escuela de la Florida era justamente egresado de un Jrotc.

Por otro lado, todo lo que sea ‘balaceras’ se exalta hasta en películas, lo vemos diariamente en el cine y en la TV. A ello agréguense los intereses de la poderosa National Rifle Association (NRA), que aglutina a los fabricantes de armas y a los no menos importantes intereses del complejo industrial-militar. Así se tiene el cuadro completo: una nación de democracia ejemplar, un pueblo e instituciones de condiciones y virtudes ejemplares, pero que al unísono venera las armas. Para colmo, sucesivos gobiernos estadunidenses se han especializado en tener guerras de larguísima duración que bien podrían haberlas no iniciado o concluido en poco tiempo. Vietnam  duró desde las épocas de Eisenhower (década de los 50) hasta Nixon, en los años 70; en Afganistán e Irak llevan 16 años; en el conflicto con el estado islámico (ISIS)  más de ocho y las últimas incursiones de tropas estadounidenses en África vaya uno a saber cuánto durarán.

Todo este conjunto configura -involuntariamente por cierto- un clima implícito de violencia posible de estallido en cualquier momento. Se lo siente de forma directa cuando algún trastornado comienza a disparar en ‘x’ lugar de EEUU. Y esto seguirá, a menos que se impongan serios controles y se modifique el derecho de portar armas, algo que creo será imposible por lo arraigado en la mente estadounidense del cowboy subyacente que sin quererlo llevan adentro. La insensata propuesta de Trump de entregar armas a los maestros para que estos se enfrenten con potenciales francotiradores ahonda aún más el dramático escenario, donde uno puede imaginarse un inmenso tiroteo entre los docentes de ‘x’ establecimiento y el loco de turno que no solucionará nada… Urge un cambio de mentalidad, algo difícil de lograr en una nación acostumbrada por generaciones al uso y posesión de armas. 

Tags