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31 de diciembre de 2017, 4:00 AM
31 de diciembre de 2017, 4:00 AM

No lamento en verdad decepcionar a quienes mal usan el principio de la selección natural como argumento o pretexto para justificar el uso del poder ante el débil o menos favorecido. Históricamente se evidencia un abuso de este principio biológico (cuyos autores son Darwin y Wallace) para avalar la superioridad de una raza sobre otra, de una persona sobre otra o la aceptación del sometimiento individual ante un determinado poder económico, político, religioso, de género, etc. que, al final, son la manifestación diferenciada de los grandes complejos de superioridad humanos.

La naturaleza efectivamente es implacable, cruda y despiadada en su juego ecológico de sobrevivencia. El jaguar no siente piedad al cazar un anta (ese sentimiento no le es útil), para ello despliega una maravillosa maquinaria evolutiva compuesta por garras, dientes, musculatura, velocidad, etc. Ambos lucharán, sudarán, competirán… hay rugidos, bufidos que retumban en medio de la selva, es una escena en la que ambos atropellan todo y luchan hasta que el último bufido de la presa se rinde ante los dientes que han alcanzado la arteria vital de donde emanan borbotones de sangre. Ganó la fuerza y la letalidad del carnívoro. Pero esa no es la única cara de la naturaleza…

Simultáneamente, en la misma selva y a poca distancia, un perezoso baja lentamente de su árbol a defecar, lo hace siempre una vez por semana. En el momento de depositar sus heces unas pequeñas polillas emergen de su pelo para depositar sus huevos en los excrementos. Al tiempo, las larvas, que son coprófagas, nacen y se alimentan de las heces hasta que puedan volar. Luego, emprenden un fantástico viaje hasta la copa del mismo árbol, que es su universo, para encontrar al perezoso y adentrarse en su pelaje tal como lo hicieron sus padres, abuelos y tatarabuelos… sí, las polillas viven en el pelaje, pero ¿qué ganan con ello? Protección y recursos; en contrapartida, las polillas abonan con nitrógeno el pelaje del perezoso que tiene algas, que gracias al nitrógeno de las polillas proliferan y crecen al punto que el cuerpo se colorea de verde. El perezoso lame su pelaje y se alimenta de estas algas, que ¡son su única fuente de lípidos! 

De ese modo, el perezoso es una nave nodriza donde se desarrolla una comunidad de polillas y algas que en algún punto de su historia evolutiva han llegado a un acuerdo de mutuo beneficio. Todos ellos (perezoso, polillas y algas) no compiten, no se hacen daño, se complementan y actúan recíprocamente. Es un equilibrio perfecto en una sinfonía, un vals y lenguaje de paz que no está refrendado en algún papel; al final, es una especie de arreglo químico y biológico que se cumple, no por coyuntura, sino por un futuro evolutivo que juega con tiempos que en la escala mental humana difícilmente se dimensiona.  Es, en definitiva, la diplomacia biológica de la paz, que ha evolucionado paralelamente en sinfín de organismos y que se entreteje en un diálogo cadencioso y relajante como la bossa nova de Vinicius… 

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