Opinión

Interpelaciones, ¿para qué?

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1 de febrero de 2018, 0:00 AM
1 de febrero de 2018, 0:00 AM

Interpelar significa requerir que alguien dé explicaciones sobre un tema o pedir que una persona cumpla sus obligaciones, según el diccionario de la Real Academia Española. Cuando hablamos de este acto en el Poder Legislativo, se refiere a hacer cuestionamientos a un ministro del gabinete, con el propósito de identificar su responsabilidad política acerca de un asunto determinado.


El sábado hubo dos interpelaciones en la Asamblea Legislativa Plurinacional, ambas solicitadas por miembros de la oposición. La primera, a la ministra de Salud, Ariana Campero, sobre su rol en la gestión del conflicto con los médicos que eran causados a causa de un decreto y de un artículo del abrogado Código del Sistema Penal; la segunda al ministro de Obras Públicas, Milton Claros, acerca del tren urbano de Cochabamba.


En el primer caso, el conflicto tuvo una duración de 57 días en Santa Cruz y 47 días en el país. La ministra fracasó en la gestión del problema y, finalmente, fue sustituida por el ministro de Gobierno para resolverlo. Durante ese tiempo, se cuestionó su experiencia profesional; a esos temas se sumaron preguntas sobre el presupuesto de salud de Bolivia, tomando en cuenta que mantenemos altos índices de mortalidad y de prevalencia de enfermedades, si se hace una comparación con otros países del continente. Su desempeño durante la crisis con los galenos no solo fue criticado por los sectores movilizados, sino también por varios dirigentes de movimientos sociales afines al MAS. No obstante, Ariana Campero salió aplaudida por la bancada oficialista. 


En el caso del ministro de Obras Públicas, sus explicaciones acerca del tren urbano también merecieron la aprobación simple de los asambleístas del MAS, mientras Unidad Demócrata se dividía, sus representantes abandonaban la sesión y dejaban sola a la diputada que había requerido las explicaciones del titular de esa cartera.


Ya en ocasiones anteriores, ministros interpelados fueron aplaudidos en el Legislativo y el presidente reforzó la aprobación diciendo que “mientras más los interpelan, mejores funcionarios son, porque si la oposición cuestiona, significa que están haciendo un buen trabajo”. Baste recordar la vez que el extitular de la Presidencia Juan Ramón Quintana estuvo interpelado por el bullado caso Zapata cuando aprovechó la palestra para atacar a los medios y hablar del “cártel de la mentira”; así como otras ocasiones vinculadas con la represión de Chaparina o el operativo realizado en la joyería Eurochronos. El oficialismo aprobó todas las explicaciones más como una consigna que como resultado de una reflexión consciente de cada uno de esos problemas.


Bajo esa lógica, la interpelación pierde sentido y se convierte en una reafirmación de las acciones del poder, aunque estas estén reñidas con la lógica, con la eficiencia en el desempeño o con las necesidades de la ciudadanía.


La oposición también deja mucho que desear ya que, si bien tiene minoría en el Congreso, eso no exime a sus representantes de tener una mirada crítica y fiscalizadora de las acciones del Ejecutivo. Pelear en plena interpelación como efecto de intereses sectarios, no habla bien de cómo asumen la responsabilidad que les ha dado el soberano.

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