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18 de enero de 2018, 4:00 AM
18 de enero de 2018, 4:00 AM

Escribo estas líneas atendiendo el pedido de un joven que el lunes, en la plaza principal, me dijo: “¿Por qué no nos cuentan a los jóvenes lo que pasó en la calle Harrington de La Paz?”.

Y claro, han transcurrido 37 años desde entonces y poco más de 36 que Bolivia vive bajo un sistema democrático, cuando estos jóvenes no existían aún o eran muy pequeños. Ellos, que conocieron y vivieron siempre en democracia, siempre ejerciendo sus derechos de pensar, estudiar, decir, opinar y transitar por los caminos de su patria, cómo podrían saber de algo distinto a la libertad, ese bien tan preciado que, como el aire, solo echamos de menos cuando nos falta.

Pero hay quienes, como los dictadores, en procura del poder total, oprimieron, encarcelaron, torturaron, exiliaron y mataron bajo la calificación de conspiradores, subversivos o sediciosos a aquellos jóvenes, como los que ahora lo son, por no estar de acuerdo con el abuso, la corrupción, la ilegalidad y la violencia que el poder dictaba sin piedad contra su pueblo, sin más razón que la fuerza impuesta. Cuando esa dictadura le espetó al país que “todo el que no esté de acuerdo debe andar con el testamento bajo el brazo”, se estremecieron los corazones y se erizó la piel, por las madres, los padres, las esposas, los hijos, los hermanos, de quienes de muchas maneras corrían el riesgo extremo, como el más alto precio por la defensa de los intereses colectivos de su pueblo. 

Esos jóvenes eran universitarios, profesionales, mineros, trabajadores, oficiales de policía, catedráticos o empleados que, en reunión, analizaban las medidas denominadas el ‘paquete económico’ y sus repercusiones en la economía popular. Era una casa privada de la calle Harrington de la ciudad de La Paz en horas diurnas por el ‘toque de queda’ imperante, cuando fueron cercados por un grupo paramilitar armado que irrumpió y los ejecutó a sangre fría, pese a los gritos de “estamos desarmados”, con la única superviviente, nuestra valiosa Gloria Ardaya, gracias a que lograron esconderla debajo de una cama y a la posterior oportuna acción de la Cruz Roja.

Cuando rememoramos estos luctuosos hechos, que una y otra vez desangraron la patria, es cuando aquilatamos en su más profunda dimensión el valor del legado de la libertad, de los derechos plenos contenidos en los instrumentos de la democracia y que su preservación como ayer, hoy, mañana y siempre, son tareas inexcusables de quienes usufructuamos de ella. 

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