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31 de enero de 2018, 4:00 AM
31 de enero de 2018, 4:00 AM

"Bolivia constituye un caso único en el historia moderna del mundo, porque es más grave apoderarse de la salida al mar libre que de la misma independencia de un país". Estas fueron las palabras de entrañable empatía del gran internacionalista argentino, José León Suárez, quien en 1924 hizo viva voz de nuestra más que centenaria demanda y cuyas palabras hoy siguen explicando con gran lucidez, por qué Bolivia lucha y luchará incansablemente por recuperar su esencia marítima, su independencia comercial y la plenitud de su desarrollo. Destino inaplazable cuya cúspide también será lograr una paz perpetua entre dos naciones hermanas. 


El ideario de una paz perpetua nació en la mente del gran filósofo alemán Emanuel Kant, quien en 1756 publicó un opúsculo bajo el mismo nombre, donde estableció una agenda mundial (impensable en el siglo XVIII) para restablecer la convivencia pacífica entre los pueblos. Paz, que en el caso de Bolivia y Chile, no solo es posible sino inevitable y cuya realización tiene como prerrequisito comprender dos constataciones lógicas.


En primer lugar y parafraseando al gran filósofo  Spinoza, la paz no es la ausencia de la guerra, sino que es un estado mental de tranquilidad, de hermandad, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza y el restablecimiento de la justicia. Bajo este entendimiento, podemos comprobar que entre Bolivia y Chile nunca existió paz verdadera, sino el statu quo de una situación irresuelta que primero fue creada por el poder de las armas y más tarde por el abuso de nuestra buena fe en promesas hoy incumplidas. Como sabiamente lo vaticinó el presidente chileno Luis Barros Borgoño "Dejando Bolivia de ser una nación mediterránea, cesa la causa de sus inquietudes y devaneos, desaparece aquel motivo de alarma y de fermento que le hacían buscar sin descanso esa condición de su nacionalidad; y en posesión de un territorio marítimo, (...), habrá de hallarse en aptitud de concurrir con Chile al afianzamiento de la situación creada y con ello a la paz y a la tranquilidad de esta parte del continente". 


En segundo lugar, el Gobierno de Chile debe entender que el Tratado de 1904 no es el alfa y omega de las relaciones entre ambos Estados, ni tampoco goza del inventado estatus de "intangibilidad" que busca divinizarlo haciéndolo inaccesible a sus partes. Siendo ambas cuestiones simples excusas para impedir avanzar en soluciones perdurables. Sobre lo primero, es suficiente leer el párrafo 50 de la Sentencia de Jurisdicción dictada por la Corte Internacional de Justicia que afirmó sin lugar a discusión que "Las disposiciones del  Tratado de  Paz de 1904  (...) no  abordan,  ni expresamente  ni implícitamente, la  cuestión  relativa  a la  supuesta obligación de  Chile  de negociar el  acceso  soberano  de  Bolivia  al  océano  Pacífico". Los razonamientos en contrario  solo sirven al egoísta propósito de eludir una solución estructural a nuestro forzado enclaustramiento. Solución en la que como señaló el presidente Morales no deberían existir ganadores ni perdedores.


Chile en definitiva debe entender que mientras Bolivia exista como Estado y como nación y mientras haya un solo boliviano sobre la faz de la tierra no cesaremos un solo instante y haremos siempre todo lo que esté a nuestro alcance para retornar a nuestra condición primigenia: Un país con acceso soberano al océano Pacífico. En ese contexto Bolivia no tuvo otro remedio que acudir al más alto Tribunal Internacional que ha creado la humanidad para restablecer una comprensión verídica de los hechos y allanar el camino para la construcción de una solución estructural a nuestra demanda a través del cumplimiento del derecho internacional. Camino en cuyo tramo final se encuentra esa añorada paz perpetua, que sin duda abrirá una nueva era de verdadera unidad y desarrollo común entre dos pueblos hermanos. 

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