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7 de febrero de 2018, 4:00 AM
7 de febrero de 2018, 4:00 AM

A propósito del inicio de la gestión escolar parece aconsejable reflexionar sobre algunos datos relevantes que hacen a la convivencia escolar y qué mejor que hacerlo revisando un estudio relativamente reciente (2015) comparado con los datos de uno similar que realizamos hace algo más de 20 años (1996). Destaca que en ese tiempo cerca de cuatro de diez estudiantes valoraban positivamente sus unidades educativas, mientras que 20 años después, menos de dos (17%) mantienen este nivel de valoración; más aún, 6 de cada 10 afirman que asisten a la escuela obligados por sus padres, a regañadientes y básicamente motivados por compartir con sus compañeros (94%) y en menor medida por sus profesores (38%).


Esta escasa atracción de la escuela obliga a indagar sobre las posibles causas, entre las que resaltan por una parte el hecho que seis de cada diez estudiantes perciben que los profesores imparten sus clases de manera aburrida, repetitiva y memorística; además, cerca de cuatro de cada diez sienten maltrato de parte de los directores, profesores y personal administrativo (regentes). Si bien la cifra ha disminuido a la mitad en los últimos  20 años, su impacto es aún significativo, al que además se suma el fenómeno del acoso o bullying entre estudiantes, el mismo que actualmente es percibido por más de un tercio de los niños y adolescentes de Santa Cruz de la Sierra.


Indagar las causas de la escasa motivación escolar solo tiene sentido en la búsqueda de alternativas focalizadas en la transformación del enfoque pedagógico, el mismo que debería centrarse en el incentivo a la innovación, la creatividad y el arte, puesto que los últimos datos de la neurociencia sostienen que el arte contribuye a la construcción de nuevos imaginarios y roles de participación, estimula conexiones cerebrales que generan empatía, impulsa la creatividad  y nos permite aprender haciendo y jugando, desarrolla inteligencias múltiples y permite comunicar el estado del cuerpo y de la mente, ayuda a construir relaciones asertivas, democráticas, respetuosas, cooperativas, y a valorar las diferencias, permite el diálogo y la participación y desarrolla capacidades para resolver conflictos de manera pacífica y creativa. 


Junto a ello, es urgente generar una cultura del buen trato a través de  procesos de fortalecimiento de la comunidad educativa entendida como el espacio de articulación de directores y plantel docente con las madres y padres de familia, pero sobre todo reconociendo el rol protagónico de los estudiantes, que articulados en torno a los planes de Convivencia pacífica y armónica que -según dispone el Código del Niño, Niña y Adolescente- deben ser elaborados obligatoriamente por  cada unidad educativa “en un proceso abierto, participativo y plural, que convoque obligatoriamente a todos los miembros de la comunidad educativa, en el marco de la Constitución Política del Estado”.


Solo es posible avanzar en procura de una cultura de paz, reconociendo que el conflicto es parte de todas las relaciones humanas, y una sociedad que quiera acabar con el conflicto será una sociedad opresora. El problema, por tanto, no es el conflicto, el problema es el uso de la violencia como la forma cotidiana de resolución de conflictos; frente a lo cual, el reto es desarrollar una política participativa de resolución de conflictos que en el ámbito escolar se traduzca en instancia de mediación escolar  con la participación docente estudiantil, que genere espacios para facilitar la comunicación, donde las personas puedan pensar y pensarse, y no solo sentir y actuar, facilitando que estudiantes y docentes encuentren las posibles soluciones por ellos mismos. La finalidad no es tanto llegar a un acuerdo, sino restablecer la relación, reducir la hostilidad, restablecer el equilibrio, propiciar propuestas y soluciones, y promover procesos de respeto basados en el respeto a los derechos fundamentales. 

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