Opinión

Fuimos mirones de lujo

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12 de julio de 2018, 4:00 AM
12 de julio de 2018, 4:00 AM

Este fin de semana termina el Mundial de Rusia. Hemos disfrutado de un espectáculo al que no estamos acostumbrados. Jugadores geniales y equipos que parecían invencibles nos han tenido absortos. Hace más de dos años que soñábamos con estos días. Vivimos con pasión y resignación las preparaciones, las ligas regionales de clasificación y nuestras derrotas. Luego los grandes preparativos, los pronósticos, hasta que llegó el día.

Empezó el Mundial y no tenemos equipo ni bandera que nos represente. Ya estamos acostumbrados y en cada ocasión buscamos a alguien con quien identificarnos o solidarizarnos. Buscamos a los vecinos latinoamericanos o a otros, a los que apoyamos porque sí. Es el secreto para disfrutar de cada encuentro, para ponerle pasión al espectáculo. Hemos estado dentro, aunque no estábamos invitados. Hemos descubierto una vez más el ritmo, la alegría y la magia de los africanos. Nos ha encantado la disciplina y el tesón de los orientales. Nos llenábamos de orgullo con la garra y el sello mágico de los latinoamericanos que habían sido nuestros rivales, pero ahora nos representaban. Envidiamos la arrolladora profesionalidad de los europeos.

Me llevé el gran chasco y creo que nos lo llevamos muchos. Bella lección. Ninguno de los astros del mundo llegó a los niveles fuertes de clasificación. Ninguno de los candidatos a mejor jugador del mundo logró hacer lo que esperaban sus fanáticos. Los que avanzaron, los que dieron batalla, los triunfadores, son los equipos en los que no había un monstruo todopoderoso rodeado de una corte de segundones. Solo cuando todos eran responsables de construir el triunfo, cuando su genialidad era entenderse y luchar unidos, lograron ganar y avanzar.

Y deberá ser también una lección cada una de las grandezas que vimos. Vimos jugadores consolando al rival que había fallado un penal, para que aprendamos a descubrir la importancia del dolor de una persona y la grandeza de los que se ocupan de ese dolor. Vimos un país eliminado, que limpiaba la gradería de su público, igual que lo había hecho cuando ganó. Nos mostraba cómo se es persona precisamente en los momentos difíciles de la vida. Vimos público que no paró de animar a sus jugadores después de la derrota, porque agradecía el esfuerzo y la generosidad, más allá del resultado. Vimos en la calle abrazarse las barras de países rivales. No habrá más guerras cuando nos encontremos y nos descubramos los ciudadanos del mundo. Borramos las fronteras inventadas por los hombres cuando construimos una sola patria de hermanos. En fin, aprendimos mucho porque siempre que nos encontramos los pueblos, todos descubrimos el mundo.

Países que no sabíamos que juegan, que no conocemos a sus equipos ni a sus cracks, han resultado ser brillantes. Sabemos del Barza, de la Juve, del Real, de Boca, de River, pero no conocíamos del fútbol de Croacia, ni de Japón ni de Senegal. Pues han sido muchos los países más fuertes que los famosos. Los posibles campeones son pueblos que desde pequeños disfrutan con el deporte y tienen oportunidades de hacerse virtuosos en sus habilidades. Nosotros no cultivamos a nuestros niños, no les damos importancia ni protección. No estaremos en los mundiales mientras nuestros niños no tengan una infancia sana en la que se cultiven sus riquezas y se los prepare para la vida. Cuando los preparemos para que cada uno sea todo lo grande que puede ser, recién entonces serán grandes nuestros artistas y nuestros deportistas.

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