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9 de enero de 2018, 4:00 AM
9 de enero de 2018, 4:00 AM

La pregunta lapidaria corresponde a Mario Vargas Llosa, y con ella se inicia la novela Conversaciones en la Catedral, publicada en 1969. La frase se ha repetido en diferentes circunstancias en Colombia, Argentina y fue la que lanzó Carlos Mesa en un célebre documental referido al MIR.

Los historiadores enseñan que las acciones en el tiempo tienen consecuencias y que corresponderá identificar el momento generador de una impronta, para interpretar lo que sobrevendrá. Se dice que Hitler perdió la II Guerra Mundial en 1925 cuando publicó Mi Lucha, 40 años antes de que ocurriera efectivamente. En ese momento, al entronizar la raza aria como superior, estaba limitando sus posibilidades de alianza, pues más allá de las simpatías con el régimen y su posición ideológica compartida por muchos criollos del mundo, al no tener el sello ario, estaban descalificados para estar entre los elegidos. Y con la existencia de una raza superior, sobrevenía la descalificación de los inferiores en el Holocausto. 

Parece oportuno plantearla para el MAS. 

Lo haré sobre la base de la reflexión del propio presidente cuando recuerda que tiene el respaldo del 61% del electorado boliviano expresado en las elecciones del 2015. Y tiene razón en la matemática que se patentiza en el control lineal y obediente de todo el aparato del Estado.

Disciplinado y consecuente dirán los militantes del proceso de cambio. ¿Cómo es que teniendo ese volumen electoral, un tiempo después pierde el crucial referéndum que necesitaba ganar para administrar el futuro? ¿Qué exceso de confianza lo llevó a cometer un error, puede decirse hoy, que ha ido modificando el grado de respaldo ciudadano y que lo hace decir que existe una conspiración para derrocarlo?

Dejaré de lado los temas de corrupción que pareciera, producto de una práctica corporativa que admite esas conductas como un derecho de los anteriores, los actuales y los futuros en una sociedad de mutuo socorro, solo difieren en los volúmenes administrados, manteniéndose la práctica. La corrupción no parece ser la razón de la disminución del respaldo ciudadano.

No parece ser la utilización extrema de un lenguaje beligerante que hace culto de la guerra y la confrontación como instrumento para parir violentamente la historia, como ya estamos acostumbrados a escuchar. Ni siquiera las promesas discursivas de rupturas radicales de la economía liberal, que, por otro lado, ha logrado un saludable, complicado y precario equilibrio.

Tampoco lo es la ruptura social cultural que ha planteado lo aimara como eje de soporte estatal con una emblemática plurinacionalidad lingüística que ni el presidente, vicepresidente, ministros, presidentes de las cámaras legislativas, han demostrado cumplir.

He repasado todos los espacios comunes y finalmente llego a uno que pareciera reúne las condiciones de los otros que se jodieron; parece que el talón de Aquiles de la credibilidad construida en torno al indio, como le gustaba repetir al presidente Chávez, ha sido el no respetar las reglas del juego democrático y aferrarse al poder usando su poder total, análisis que compartimos con Gustavo Pedraza.

El No del 21-F y sus consecuencias parecen ser esa razón misteriosa del descontrol que vivimos. Habrá que seguir indagando.

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