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18 de octubre de 2018, 4:00 AM
18 de octubre de 2018, 4:00 AM

El ambiente entre los políticos está agitado y se pondrá peor en las próximas semanas. El ciudadano de a pie, sin embargo, parece estar menos nervioso en esta pequeña coyuntura, en la que las dirigencias políticas se juegan angustiosamente sus futuros personales.

Si me dejo entender, lo que hagan estos días los operadores políticos, tendrá probablemente más efectos en sus propias carreras, que en el escenario electoral y en la vida del país.

Lo digo a partir de la constatación de que estamos en un escenario prematuramente electoralizado pero sobre todo, profundamente polarizado. Y una elección polarizada, vale la pena puntualizarlo, quiere decir una elección disputada entre dos candidatos.

Las encuestas y los estudios de opinión pública señalan coincidentemente que una importante mayoría de los bolivianos ya tiene bien claro por quién piensan votar en las elecciones generales del próximo año. La intención de voto de un amplio segmento del electorado no está atomizada, sino precisamente polarizada entre Carlos Mesa y Evo Morales.

Tremenda novedad, me dirá usted; ¿acaso eso no lo sabíamos ya? Tiene usted razón, pero si bien es algo de lo que estamos al tanto, parece menos evidente la comprensión de que esa polarización implica que cerca de un 70% de los votos en la primera vuelta ya tiene dueño, más o menos seguro. Las proyecciones para una probable e inédita segunda vuelta despejan también cualquier duda, en la medida en que predicen que el expresidente Mesa ganaría holgadamente, con más de 15 puntos de ventaja sobre el presidente Morales.

Más allá de las cifras, lo importante parece ser la fuerte tendencia y la solidez de las razones de la intención de voto para ambos candidatos, que permiten pensar que la aparición de otras candidaturas no afectará significativamente los resultados. Eso es lo que generalmente ocurre con una elección polarizada; el hecho de que hayan otros candidatos realmente no importa demasiado y no implica la automática atomización del voto.

También es cierto que la prematura electoralización del país nos pone frente a un larguísimo año de campaña en el que pueden pasar muchas cosas. Pero el escenario de partida es muchas veces determinante y en este caso indica que la elección será disputada solamente entre dos candidatos. Vanas son entonces las angustias de algunos ciudadanos que, con la mejor buena fe, claman a gritos la unidad de la oposición, como producto de la intuición de que esa es la única manera de garantizar la derrota de Morales.

Convendría más bien considerar con mucho cuidado, los posibles efectos de una alianza opositora, en los electores de Carlos Mesa. Si asumimos como cierto que una de las principales razones de voto de Mesa es que no se trata de un político tradicional y de que justamente es una alternativa al sistema de partidos, pues entonces lo que creemos que es un remedio, podría ser una enfermedad.

Si la gente ha elegido en sus mentes a Carlos Mesa como una respuesta distinta a lo que representó la oposición partidaria en estos últimos doce años (aún si usted no está convencido de ello), pues entonces esa alianza puede ser lógicamente la causa de que Carlos Mesa pierda una gran parte de sus electores.

Lo que sí está fuera de dudas, es que el ciudadano que vive lejos de los círculos de influencia y de poder, asocia negativamente las alianzas con las megacoaliciones del pasado, con el cuoteo, con la repartija de pegas y con el negocio entre políticos.

La unidad por la unidad, basada en la táctica y en las conveniencias, aparte de ser peligrosa en términos de consistencia política de futuro, podría dar resultados contrarios a los esperados, eso sí, en electores que no forman parte de nuestras redes sociales.

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