Opinión

El voto

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30 de noviembre de 2017, 4:00 AM
30 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Si se le diera su verdadero valor, un voto podría cambiar el destino de una nación. 

Cuando los resultados se deciden por simple mayoría, un voto puede representar el triunfo para un candidato o una opción. Si la norma establece porcentajes, la suma de votos orientados hacia cierta tendencia es la que determina los resultados.

Si un voto es la expresión de la voluntad de un ciudadano, la suma de todos los votos representa la o las decisiones de toda una sociedad. Pero todo lo apuntado es válido para las sociedades ideales, aquellas utopías que, por ser tales, no existen.

La realidad, incluso en los países que se precian de tener mayor desarrollo, es que los políticos juegan con el voto del ciudadano, con los votos de toda una sociedad, y los reducen al juego numérico que, finalmente, decanta en el interés partidario.

Estados Unidos es el mayor ejemplo de ello. En esa nación, cuyo funcionamiento se basa en el modelo federal, los números no siempre expresan la voluntad popular. Por ello, las últimas elecciones fueron ganadas por Hillary Clinton, pero la aplicación de la norma, a través de un sistema de proporcionalidad y voto delegado, le dio la presidencia a los millones de una bestia como pocas existen en el mundo.

En el resto del planeta, el primero en desconocer el valor del voto es el ciudadano. Él sabe de la convocatoria a elecciones pero, generalmente, decide cómo votar a último momento.

En una sociedad ideal, una utopía, el ciudadano debería ponerse a pensar en su voto ni bien sale la convocatoria a elecciones. Tendría que conocer las opciones básicas (llámese propuestas), decidir y mantener esa decisión hasta el final, hasta el momento en que deposita su voto.

Pero como la realidad es muy distinta, los políticos empiezan a bombardearlo con sus propuestas (léase propaganda), que son intensificadas en los días previos a las elecciones.

Por ello, la mayoría de las normas electorales de los últimos tiempos determinan un silencio electoral previo a los comicios para permitir que el ciudadano reflexione sin interferencias sobre su voto. Claro… como no decidió antes, tendrá que hacerlo en los últimos días… el voto ya perdió parte de su poder.

Pero escribir sobre el valor de decidir anticipadamente el voto justo en la última semana previa a las elecciones significa no solo faltar el respeto a la voluntad del ciudadano, a la expresión de toda una sociedad, sino también una muestra de que las malas costumbres se extienden y pueden arrasarlo todo. Será mejor ir a votar y, para compensar nuestro descuido, hacerlo conscientemente.

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