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5 de noviembre de 2017, 4:00 AM
5 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Una tarde de 2010, Alfredo Pinto pasó por la casa del doctor Carlos Ruiz, en la avenida Busch, yendo hacia el cuarto anillo,  y traía una gallina herida... Era color canela, cresta de pato, fuerte y tenía los dos ojos hinchados y cerrados... Don Alfredo dijo que la gallina había peleado días de días... y eso se notaba en sus plumas alborotadas y sucias, salpicadas con sangre seca.

Estaba ahí también Jorge Zamora y fue él quien tuvo la idea de que yo me llevara la gallina... mientras la limpiaba y le aplicaba suaves masajes en el cuello, me dijo: "tal vez te traiga suerte, a veces las historias galleras más lindas empiezan así".

No conocía a Alfredo Pinto, pero me pareció un buen gallero, así de entrada... Había manejado unos 60 kilómetros en pleno sol, desde su gallera en Paurito hasta Santa Cruz, para dejar la gallina... regalarla era una manera de salvarla... Y yo me la quedé... antes de irse contó que venía de una línea brasileña llamados los Ping Pong. 

La crucé con un gallo tuerto que había comprado en San Juan y dio un cenizo hermoso, pero entabló en su primera riña. Luego un joven que me cuidaba los gallos la cruzó con un cresta de pato de Zamora y dio dos pollos y de alguna manera se las ingenió para sacarlos de mi gallera y se los quedó... Los dos pollos salieron fenómenos. Uno de ellos sorprendió en el torneo de Huacareta, en Chuquisaca... es tan bueno que se quedó solo para reproductor.

A finales de 2012, me la robaron y estuvo perdida tres meses... En 2013, todavía trabajaba como asesor del Gobierno de Evo Morales y por esos menesteres conocí a un coronel de la Policía de apellido Rojas... Él formaba parte de un cuerpo de élite y en los tiempos duros, en 2005, cuando yo llevaba la campaña del MAS, estaba encargado de investigarme en secreto... “Le he seguido por mucho tiempo, he leído sus cosas en los periódicos, le conozco bien”, me dijo riéndose... “Usted siempre se nos escapaba... y al final ganó nomás la campaña”... 

Era también un tipo correcto y tristón, lo noté en seguida... Mientras lo miraba y escuchaba empecé a pensar en esos policías permisivos de las novelas de Philip Marlowe... Me hablaba una y otra vez casi de las mismas cosas, daba vueltas en torno a otro fugitivo peruano muy importante al que también seguía y quería que le diera alguna pista... Naturalmente le dije que no lo conocía, y no me reí ni pestañeé... De modo imprevisto, poco a poco, fue saliendo del registro tristón hasta ponerse eufórico y dijo que le parecía “sospechosamente del carajo”, que después de años de perseguirme termináramos conociéndonos... Le dije tres o cuatro cosas, entre verdades y mentiras... a la Policía hay que decirle siempre medias verdades o mentiras enteras, es lo más recomendable... 

Y, en una de esas, se me ocurrió preguntarle... “¿Oiga usted que es del Servicio de Inteligencia, no me ayuda a buscar una gallina que me robaron?"... Y, vaya suerte la mía, aceptó... “No se preocupe, mañana buscamos esa gallina… no tengo que pedirle permiso a nadie, si mi jefe se entera no me importa… yo también soy de esos que se cagan en la mar serena”… Me reí, era obvio que no era un policía común… “me cago en la mar serena”… me había seguido a conciencia y sabía que Alfredo Bryce Echenique era uno de mis escritores preferidos. 
Me despedí pensando en dos cosas: este polizonte me ayudaría a recuperar a la Ping Pong, y Borges tenía razón, al final, como en el cuento Los teólogos, perseguidor y perseguido terminan pareciéndose... son una misma cosa.

La búsqueda
Al siguiente día, a las 7 de la mañana, lo recogí del Comando Departamental de Policía (al lado del Cristo) y emprendimos nuestra misión: encontrar a la gallina Ping Pong... Lo recuerdo todo bien, él iba vestido con su uniforme, sus galones y sus medallas... y nos acompañaban Hortensia y David Álvarez Cabezas (un amigo que ya no lo es porque después me robó mi gallo El Mujahidín)... No fue complicado, como al mediodía ya teníamos resuelto el caso, recuperamos a la Ping Pong y otras dos gallinas y un reproductor (el pata plumuda que hace poco le obsequié a Jesús Roller Saldías Velasco)... También teníamos un preso, a un amigo mío... Un muchacho conocido en las riñas con el apodo de Pipi... Siempre que te roban un gallo hay que buscar entre los amigos, ellos saben cuáles son los animales que valen en la gallera.

La Ping Pong volvió y cruzó con unos dos gallos, pero como yo viajaba mucho, los cuidadores dejaron que murieran los pollitos. Luego se enfermó de una infección grave y dejó de poner, la enviamos al campo para que viviera sus últimos días libre... Sin embargo, antes de esto, uno de mis trabajadores la cruzó a escondidas con un pollo de la línea bizco de Jorge Zamora, tomó los huevos y los llevó donde un familiar para que los empollara otra gallina, para él... Salieron dos pollitos, un macho y una hembra, pero el entusiasmo y la codicia pudieron más que su discreción y un día me enseñó la foto de un pollo de tres meses: “Mire don Walter, este pollito hermoso tiene mi tío”... Y fue solo ver la imagen en el celular para que reconociera en la cresta y en las plumas del cuello a un hijo de la Ping Pong... No dije nada... pero ahí mismo empecé a esperarlo... lo iba pensando en silencio... lo imaginaba creciendo y en las noches le rogaba a Dios que lo cuide... que lo aleje de todo mal, que no le pase nada... Cuando ya cumplió un año se lo pedí y el señor que lo sacó y lo cuidó, don Benigno Guzmán Arnez, me lo dio sin problemas... es un buen hombre, un gallero... “Llévelo, será un asesino... nació un 2 de noviembre, el día en que se recogen los muertos”, me dijo. 

El otro día me mandaron desde Buena Vista una foto del último hijo de la Ping Pong... Es un gallo grande, pesa 3,7 kilos... El entrenador, Romer Pérez Saavedra, ‘El Chino’, me dijo que es un valiente... empuja, se mueve por los dos lados y domina... y tiene espuela brava... “Es un buen gallo", me dijo por el WhatsApp... Casi no me importa qué gallo es, si muy bueno o solo regular...

Es el último hijo de la gallina que me regaló Alfredo Pinto, y es un eslabón más de esas historias de mi vida de gallero, con amigos entrañables como el doctor Carlos Ruiz y el difunto Jorge Zamora...

Zamora tenía razón aquella tarde cuando tomó en sus manos a la Ping Pong y mientras la limpiaba me dijo: “a veces las historias galleras más lindas empiezan así”. 

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