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23 de julio de 2019, 4:00 AM
23 de julio de 2019, 4:00 AM

Estuve releyendo la Antología de la crónica latinoamericana actual, recopilada por el poeta y periodista colombiano Darío Jaramillo Agudelo, que incluye 53 cró- nicas, un género que goza de la preferencia de los lectores al punto de hablarse de un nuevo boom literario como el de los 60. Jaramillo incluye también la opinión de ocho cronistas sobre las crónicas, llamadas también periodismo narrativo o literario.

Destacan en esta obra, entre otros, autores como Leila Guerriero, Martín Caparrós, Juan Villoro, Pedro Lemebel, Laura Koupochian y nuestro compatriota Roberto Navia.

Leer el nombre de Roberto Navia, ganador del Premio de Periodismo Ortega y Gasset del 2007 por un reportaje titulado Esclavos made in Bolivia y saber que este año ganó el Premio Rey de España por una crónica titulada Bolivia: Mafia le arranca los colmillos al jaguar, me alegró mucho, porque lo leo y sé que merece esos galardones en los que compiten algunos de los mejores periodistas del mundo, se lo merece tanto por su talento como por su calidad humana que también tiene que ver con lo que escribe.

Recordemos que ya tiene en su haber otros premios nacionales como el de la Asociación Nacional de la Prensa y el de No ficción de el periódico EL DEBER; sin duda Navia debe ser uno de los periodistas más premiados de nuestro país y de Latinoamérica.

Iba a titular esta columna el cazador de historias, sin embargo creo que la palabra cazador y sus connotaciones actuales no le hace justicia a un ser humano que busca y persigue historias para contarlas de manera sincera e inteligente, rastreando los hechos, comparando fuentes, contrastando versiones.

Navia persigue sus crónicas, explora en la tierra, bucea en aguas turbias, mira más allá de la niebla de las apariencias; puedo afirmar que huele sus historias como buen rastreador, sigue las huellas, no se queda en las respuestas inmediatas, siente el temor y lo hace suyo; como si fuera un detective de las mejores novelas policiales deduce, infiere, no se queda en los indicios, comprueba a través de la exegesis de los datos obtenidos y entonces identifica hechos para imaginar la historia que va a contar; en esa epifanía busca las palabras precisas y el orden en las que las va a enunciar porque, aunque esas palabras han sido usadas hace cientos de años, sabe que lo que importa es decirlas como si fuera la primera vez, como si nos estuviera revelando algo, como el vidente de la tribu.

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