El Deber logo
5 de junio de 2018, 4:00 AM
5 de junio de 2018, 4:00 AM

Un indicador de la calidad de vida de quienes vivimos en ciudades es el ocio productivo; la categoría se refiere a las posibilidades que tenemos para ocupar nuestro tiempo libre de manera útil y creativa. Luego de descansar y de trabajar, ¿qué actividades podemos realizar las horas restantes del día y los fines de semana? Por ser un derecho, no estamos necesariamente obligados a ejecutar una actividad; sin embargo, el modo de utilizar ese tiempo y espacio demostrará indiscutiblemente un grado de consciencia urbana.

La primera constatación sobre el ocio productivo es su desconocimiento. Cuando preguntamos sobre él, la respuesta se expresa en la ignorancia que existe sobre sus posibilidades y alcances. Luego de explicarlo y señalar alguna de sus manifestaciones, queda en evidencia que si bien realizamos algunas actividades, estas no responden a una opción pública organizada.

Prácticas deportivas, asistencia a museos, ocupación de espacios públicos, oferta de conciertos, talleres que desarrollen habilidades y capacidades, en la mayoría de los casos dependen únicamente de condiciones económicas privadas.

Otra constatación es la que se refiere al uso de un tiempo considerado improductivo, ocupado en el traslado entre el domicilio y el lugar de trabajo, por quienes deben utilizar transporte público; rutas poco prácticas en unidades sin las condiciones de comodidad la, mayoría de las veces, han sido estudiadas en América Latina como uno de los periodos que generan frustración y agobio. Otra es la realización de trámites burocráticos acompañados de filas inmisericordes y con trato displicente, al que se le suman el “vuélvase mañana”, “le falta un documento”, “hoy no se atiende”, cuando no están matizados con nuestro deporte nacional de bloqueos y movilizaciones.

El administrado, el usuario, el cliente, el ciudadano, aunque es a quien se dirige la oferta y los discursos, es castigado por la ausencia de consideraciones elementales.

Mucho ha recorrido la Ciencia Administrativa para superar estas situaciones desde el campo del sector público. Categorías como ciudades inteligentes, e-goberment, gobierno en línea, trámites en red, aplicaciones amigables en los celulares, se ofrecen ya no como una novedad y una gentileza, sino como una necesidad. Estas posibilidades van acompañadas de los denominados actos reglados, es decir, de aquellas acciones en las que se le reduce a la administración la discrecionalidad para decidir, pues cumpliéndose las condiciones, debe lograrse una respuesta en el que no hay espacio a la arbitrariedad, el favoritismo, reduciéndose la lenidad y la corrupción.

¿Cómo lograr el respeto por parte de actores públicos y privados, con quienes vemos disminuir el tiempo del goce, formación, recreación o descanso creativo, por ausencia de una responsabilidad y una sensibilidad elemental de quien brinda un servicio?

Convengamos que no nos estamos refiriendo a la asistencia al estadio, a un concierto privado, un evento específico de interés individual o colectivo, y que hace 2.000 años, los 60.000 espectadores del Coliseo Romano lo desalojaban en media hora; estamos hablando de las filas desde la madrugada para una atención de salud, un cupo para que los niños asistan a una escuela, la recepción de los beneficios de un bono, la tramitación de un documento personal, la autorización de obra, construcción…

El conocimiento de un derecho genera el ejercicio de la ciudadanía, obliga la existencia de procedimientos y establece plazos y condiciones por parte de la administración. Si a ello le sumamos el respeto del tiempo y del derecho humano al ocio productivo, estaremos defendiendo un espacio de nuestra existencia cuyo destino es nuestra calidad de vida, mi superación individual y colectiva, y el valor de mis relaciones familiares e interpersonales.

Tags