Opinión

El llamado de los almendros

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3 de diciembre de 2017, 20:40 PM
3 de diciembre de 2017, 20:40 PM

La única casa de Puerto Tujuré está vacía. En uno de sus cuartos de madera vive Maru y Maru, uno de los últimos cuatro Pacahuaras que quedan vivos en la faz de la tierra, está en el bosque, con las rodillas dobladas y mirando el suelo repleto de hojarascas, buscando las castañas que van cayendo a medida que el sol se pone furioso. 

La zafra ha empezado en la Amazonia boliviana y, desde su inicio, tras las primeras lluvias de fin de año, en las casas de los pueblos donde viven indígenas y campesinos, reina el silencio porque todos –incluyendo los perros de las familias- salen a buscar el fruto de los almendros esbeltos y señoriales. Se levantan mucho antes de que aclare el día y al ritmo del canto de los gallos se visten con camisas mangas largas, buscan los machetes y penetran el bosque en fila india, como lo hacían los abuelos. Caminan por sendas centenarias hasta encontrar los árboles de copa ancha, de gajos fuertes, de frutos que aquí son oro puro, la gran promesa económica que les permitirá ahorrar dinero para subsistir durante varios meses.

La zafra es una tarea que exige no solo fuerza, sino también concentración. Los zafreros deben mirar no solo el suelo, sino también de rato en rato levantar la vista y agudizar el oído, estar pendiente a que los cocos de los almendros no caigan cuando ellos estén debajo del árbol. “En las pocas semanas de zafra ya se registraron cuatro personas heridas, por suerte, ninguna fallecida”, dice Henrry Ibáñez, un dirigente del municipio del Sena en el departamento de Pando: “Cuando un coco cae en la cabeza, si no te mata te vuelve loco”, cuenta, preocupado, porque sabe que hubo años tristes y otros menos dramáticos. “Lo que pasa en el bosque muchas veces se queda en el bosque”, coinciden los castañeros.

Las casas en silencio y sin habitantes durante las jornadas de zafra. Ya no es como antes, como cuando los vecinos tenían la seguridad de que al volver iban a encontrar sus cositas en su sitio. Los ladrones han empezado a aparecer y por eso los dirigentes están colocando trancas a las entradas de algunas aldeas para evitar los robos. Solo una forma de garantizar la tranquilidad que los campesinos y los indígenas encuentran en el bosque, donde ni a los cocos de los almendros ni a las serpientes les tienen tanto miedo como a los delincuentes que ahora sienten que les amenazan.

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