Opinión

El horror de Sri Lanka y sus repercusiones

El Deber logo
24 de abril de 2019, 4:00 AM
24 de abril de 2019, 4:00 AM

La isla-país de Sri Lanka (antes Ceilán) es un ex protectorado británico de poco más de 65.000 km2 de superficie y con una población de 20 millones de seres. Tras casi dos décadas de guerra civil, desde hace 10 años, el país se pacificó por completo y con tal motivo se ha convertido en lugar de atracción turística por sus numerosas bellezas naturales. Ese idílico panorama se vino al suelo bruscamente el domingo de Pascuas del 21 de abril ante la oleada de terribles atentados perpetrados en hoteles e iglesias cristianas –repletas de turistas extranjeros- que reclamaron hasta ahora 290 víctimas fatales y muchos heridos. Una verdadera catástrofe. El gobierno culpó a un grupo islamista radical poco conocido por los devastadores actos suicidas. Funcionarios públicos expresaron que el grupo sindicado (que no había llevado a cabo ningún ataque grave antes) habría recibido ayuda de una organización terrorista internacional. En medio de la confusión, el grupo terrorista Estado Islámico se atribuyó el martes 23 el brutal asesinato colectivo.

Hace algún tiempo, el presidente de EEUU, Donald Trump, había dicho que el Estado Islámico ya había sido desarticulado, pero parece que ese anunció atizó el fuego, dejando un episodio de más horror y dolor para toda la humanidad.

Se ha estado comentando que hubo información previa acerca de la posibilidad de alguna acción terrorista y no se le dio importancia en las altas esferas oficiales. Pero más allá de ese error de apreciación, hay algo más profundo en lo sucedido y que tiene raíces globales. Existe un componente religioso inevitable que refleja un lamentable choque de civilizaciones entre el Islam y el Cristianismo, algo que con algunas intermitencias se viene generando desde la Edad Media y las Cruzadas. Lamentable pero cierto. Y parece que esta rivalidad espiritual -que no debería ser tal- es atizada por grupos extremistas de ambos bandos, tal como pudo observarse poco tiempo atrás cuando un partidario de la supremacía blanca atacó cruelmente una mezquita en Nueva Zelanda.

¿Qué hace el mundo al respecto? ¿Es que habrá que habituarse a este tipo de hechos sangrientos que ocurren cada cierto tiempo? Nos negamos, como parte de la diversa humanidad, a aceptar vivir en un planeta polarizado por creencias donde reine el fanatismo y no primen la razón o la tolerancia. Creemos que debe encontrarse un punto de entendimiento para conciliar posiciones y amainar odios, vengan de donde vengan.

Sri Lanka es una nación predominantemente budista, pero también alberga importantes comunidades hindúes, musulmanas y cristianas. Si bien hubo, de tanto en tanto, conflictos intermitentes entre esos grupos religiosos -incluidas amenazas a los cristianos- nunca nada parecido al horror del pasado domingo sucedió anteriormente. Dios quiera que no se repita esta cruel barbarie, la que ya aparece como una preocupante escalada terrorista global de inédito cuño y extrema crueldad.

Tags